martes, 13 de septiembre de 2016

LOS REINOS DE TAIFAS

 

Por: Ricardo de la Cierva

Lo podemos comprobar en un libro esencial y definitivo, de un gran medievalista que fundamenta  implacableme­nte sus tesis en documentación y análisis histórico, fue­ra.de toda pasión polémica; y que en ocasiones rebate tam­bién las exageraciones del campo valencianista, porque no interesa la política sino la historia. Los pancatalanistas suelen esgrimir dogmáticamente, con sentido totalitario de historia, las conclusiones de los intocables, como hemos nominado al más relevante de todos ellos, Manuel San­chis Guarner, y por eso no queremos ahora caer en los exclusivismos del argumento de autoridad al apoyarnos en el libro de Ubieto. Pero lo importante en el libro de Ubieto no es su autoridad carismática -que es relevante-, sino el hecho de que tal autoridad se funda en un análisis docu­men,ntal, cronológico y comparado casi siempre irrebatible a no ser que se aduzcan documentos firmes en contra, lo que no se ha hecho, y no simples emociones. El libro a que me refiero es la obra en dos tomos del profesor Antonio Ubieto Arteta, Orígenes del Reino de Valencia. –3ª' edición. Za­yoza, Anubar edics., 1981.

Con acopio verdaderamente impresionante de ducumen­tación, previamente cribada gracias a un análisis exhaustivo el profesor Ubieto refuta la falacia de que las lenguas romances van imponiéndose en loasterritorios reconquistados a medida que avanzan los ejércitos cristianos. Acept­a la tesis de que la gran mavoría de los mozárabes se fueron convirtiendo al islamismo, pero demuestra que ese hecho religioso apenas afecta al hecho lingüístico, la per­vivencia del romance, de la que no tiene dudas ni en el conjunto de Al-Andalus ni especialmente en el Reino de Valencia. En esto es tajante, una vez aducidas las pruebas: «La lengua romance hablada durante el siglo XII en Valen­cia persistió durante todo el siglo XII y en el XIII, desembo­cando en el valenciano medieval.» No le convence en abso­luto, a efectos lingüísticos, la presunta aniquilación de cristianos por los almorávides, que cree además muy dis­cutible.
Mientras floreció el califato en Córdoba, Valencia y su territorio se vieron libres de la amenaza cristiana, pero cuando en 1031 se hundió el califato en el maremágnum: de los reinos de taifas esa amenaza empezó a concretarse desde Aragón y desde Castilla. Hasta el tlaxcalteca Joan Fuster tiene que reconocerlo: «No hay duda de que la con­quista del País Valenciano (sic) fue una iniciativa aragone­sa» (op. cit., p. 41). Aragonesa -y en su caso castellana­ y en ningún momento catalana; los señores y las ciudades de Cataluña, con la excepción local e interesada del obispo de Tortosa, que deseaba reconquistar los territorios islá­micos asignados a su diócesis, no sintieron la menor an­sia, ni el menor impulso, por la reconquista del Reino de Valencia, a la que contribuyeron muy escasamente, y a 1a que hubo de arrastrarles el ímpetu del rey don Jaime I Ante la descomposición del califato, el héroe castellano Ro­drigo Díaz de Vivar, el Cid, y el rey Pedro I de Aragón penetraron casi a la vez en el territorio valenciano. El rey de Aragón ocupó el norte de la actual provincia de Caste­llón; el noble castellano llegó a tomar la ciudad de Valen­cia, donde se asentó hasta su muerte en 1099, tras vencer a los almorávides, que trataban de recuperarla. El Cid rea­lizó su conquista por libre, tras ser colocado fuera de la ley por su señor, el rey de Castilla don Alfonso VI, con­quistador de Toledo. A la muerte del Cid su viuda doña Jimena y los castellanos, que no veían la posibilidad de mantenerse en la ciudad dentro del océano almorávide, op­taron por abandonarla y regresar a Castilla, como hicie­ron en el año 1102.

En el siglo XII Alfonso I el Batallador de Aragón se apo­deró de Morella en 1117, antes de conquistar Zaragoza: v luego recorrió el reino valenciano y asedió sin éxito la capital. Desde 1102 a 1145 dominaron el reino los almorá­vides, que ni eliminaron a los restos de publación cristia­na ni acabaron con el romance hablado por el pueblo, con densa contaminación arábiga. Expulsados los almorav-ides y ante la presencia de los almuhades, los musulmanes de Valencia proclaman rey a un personaje singular, Ibn Mardanis (¿Martínez?), que no recataba sus origenes, sus creencias y su modo de vivir vivir cristiano; era seguramente un mozarabe cristiano, a quien se llamo el Rev Lobo (Lope), que entabló relaciones próximas al vasallaje con cevinas coronas de Aragón y Castilla, y que con su sola presencia demuestra la pervivencia cristiana en el reino. En 1171 fué derrotadopor la nueva invasión musulmana que se hizo con la hegemonía en todo Al-Andalus, los almohades, pero dejó una profunda huella popular e incluso dinástica en el período siguiente, marcado por las convulsiones de la decadencia almohade, que se hizo irreversible después de la victoria conjunta de los reinos cristianos en la batalla las Navas de Tolosa, el año 1212.
JAIME I, LA INTUICIÓN DEL REINO

Desde 1151, en el tratado de Tudilén, Alfonso VII de Castilla y el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV de Ara­gón, habían decidido que el Reino de Valencia quedara dentro de la reserva aragonesa para la reconquista restante que va a emprender             Jaime  el  Conquistador. Esta cruzada de  reconquista no fue un conjunto de empresas aisladas sinbo un esfuerzo común de todos los reinos hispánicos que lanzaron contra el Islam español a través de un plan conjunto, como apuntan hoy casi todos los grandes historiadores. Sancho II de Portugal encomienda a la orden del Temple la preparación de una base de operaciones en el territorio de Ocrato y a los caballeros de Santiago la toma de Aljustrel;  Fernando III el Santo convocará a sus tropas en Toledo para la gran campaña de  Córdoba, y Jaime I de Aragón soñará con el Reino de Valencia. Los reyes ara­goneses,  como sabemos, habían intervenido ya en los asuntos valencianos desde dos siglos antes, pero Jaime deja cla­ro que su designio es apoderarse del Reino de Valencia com tal. Aunque se había hablado (con diversas acepcion­es) de reino moro en Valencia, es el Conquistador quien realmente lo concibe como una unidad y objetivo de su gran empresa; el auténtico creador del reino en el sentido definitivo de la palabra, como demuestra Ubieto.

En 1225 el rey de Aragón y conde de Barcelona, Jaime I, decide emprender una campaña previa, cuando ya ha con­cebido la conquista de su nuevo reino, al que ve así, como tal reino dentro de su Corona, en igualdad con los demás, sin enfeudarle o anexionarle a Aragón, ni a Cataluña. Un singular personaje, con notable sentido del futuro, Zeyt Abu Zeyt, era entonces gobernador de Valencia en nombre del califa alhomade. A1 intuir la irresistible avalancha crist­iana, se hace vasallo del rey Fernando III de Castilla en Moya, Cuenca, en 1225; luego se convierte al catolicismo para lo que solicita la presencia de un legado del papa y durante una de sus estancias en diversas partes de los reinos de Valencia y de Murcia, experimenta un encuentro místico en el castillo de Caravaca de la Cruz, de donde surge la arraigadísima creencia popular, perfectamente fun­dada en las circunstancias del momento, de la Cruz de Ca­ravaca, que era entonces baluarte castellano en la fronte­ra contra el reino islámico de Granada. Pero el llamamiento de Jaime I en 1225 resulta un fra­caso. De Cataluña no viene casi nadie. En la plaza de Te­ruel, lugar de la cita regia, sólo se presentan, con sus mes­nadas, los nobles aragoneses Blasco de Alagón, Artal de Luna y Ato de Foces, cuyo nombre no puedo escribir sin emoción, puesto que se trata de un antepasado por línea directa y materna del historiador que suscribe; era mayor­domo de Aragón. Con tan escasas fuerzas el rey don Jaime fracasa en la conquista de Peñíscola y tiene que aplazar de momento su reconquista valenciana, que sigue domina­da por los almohades.


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