martes, 13 de septiembre de 2016

LOS DOCUMENTOS SECUESTRADOS POR CATALUÑA


Autor: Ricardo García Moya

Siempre me había in­quietado una duda, ¿a qué se debía la pre­sencia de abundante docu­mentación valenciana en el Archivo de la Corona de Ara­gón en Barcelona? Eran, mu­chos de ellos, legajos de los siglos XVI y XVII, escritos la mayoría en castellano y algu­nos en valenciano, dirigidos al rey y autoridades que resi­dían en Madrid y Valladolid; es decir, nada que ver con Cataluña ¿Por qué estaban allí?

Este fondo documental -de incalculable valor- per­manece retenido ilegalmente en Cataluña desde 1852; no existiendo base legal alguna para -si las autoridades va­lencianas lo reclaman- im­pedir su devolución. Los te­mas de los legajos son muy variados: conflictos bélicos, disputas entre virreyes y jura­dos de Valencia, problemas sanitarios, protocolo, etc.

La historia de esta apro­piación es la siguiente: en 1808, las tropas napoleóni­cas saquearon el archivo castellano de Simancas, siendo transportada a Fran­cia gran parte de sus fondos; entre ellos, los valencianos. Allí permanecieron hasta 1852, cuando en gesto de buena voluntad Francia per­mitió su devolución a Espa­ña; no obstante, sin motivo justificado, los legajos valen­cianos -que jamás habían estado en Barcelona-, se quedaron en la ciudad con­dal. Puede que la causa es­tuviera en el deseo de Anto­nio de Bofarull -funcionario en el Archivo de la Corona de Aragón en 1852- de lle­var a cabo el proyecto idea­do por Xavier de Garma en el siglo XVIII, que pretendía "reunir" la documentación de Aragón, Valencia y Ma­llorca en Barcelona, y depo­sitarla en el Archivo de la Corona de Aragón.

Hay que aclarar que este rimbombante título es recien­te e impropio, pues comenzó a usarse en el siglo XVIII, cuando ya no existía la Coro­na de Aragón; anteriormente era un archivo del rey, de igual categoría que los de Za­ragoza y Valencia. Todo indi­ca que el círculo barcelonés de Xavier de Garma pensó que legitimaría la retención de documentos pertenecien­tes a otras comunidades con el aparatoso título de Archivo de la Corona de Aragón. El maquiavelismo con que fue tramado el cambio de nom­bre queda de manifiesto en el sigilo guardado en los prepa­rativos. y el hecho de no con­sultar a valencianos, arago­neses y mallorquines; ocul­tando la operación hasta que fue consumada.

Ellos sabían que no era co­rrecto, pues ni siquiera el Ar­chivo de Simancas, donde se halla la documentación de la Corona de Castilla, adoptó título similar. Con menor de­recho, por tanto, podría utili­zarlo el de Barcelona en una confederación -la aragonesa- donde los estados eran soberanos, y sólo unidos por la monarquía común. Todo fue una operación de maqui­llaje y pensando en el futuro; todavía en 1802, cuando Carlos IV sintió curiosidad y quiso visitarlo, el ruborizado archivero tuvo que inventar­se la infantil excusa "de ha­ber perdido las llaves"; tal era el caos, suciedad y aban­dono del recinto.

El problema es grave y difí­cil de aceptar por las autori­dades catalanas, pues no sólo tienen que devolver lo saqueado por Francia en 1808. Mucho antes, en 1419, un fuero de Alfonso el Magnánimo ordenaba que se depositaran en Valencia los documentos, o copias, que estaban esparcidos en otras ciudades de la Corona. Hay que aclarar que en los siglos XIII y XIV, la documentación valenciana fue llevada a Za­ragoza y Barcelona para su seguridad, pues el Reino de Valencia fue escenario de constantes luchas con mu­sulmanes y castellanos. Ya en el siglo XV, el rey consi­deró segura la conservación de documentos en nuestro territorio.

La orden del Magnánimo no fue cumplida, quizá por la larga ausencia del rey, inmer­so en la conquista de Napó­les. Así que en el siglo XVI, nuestros antepasados insis­tieron en la misma petición, concediéndoles Carlos I en las Cortes de Monzón de 1542 que: "todos los regis­tros y actas que son de la dicha Ciudad y Reyno de Va­lencia, los cuales están en los archivos de Zaragoza y Barcelona sean restituidos y puestos en el Archivo del pa­lacio Real de la dicha ciudad de Valencia". Poco después, en 1570, a ruegos de "su fiel y amado archivero de este Reyno de Valencia", Felipe II dio instrucciones a los ar­chiveros de Aragón y Catalu­ña, ordenándoles entregar la documentación tocante "al Reyno de Valencia, para que la reciba y traiga al Archivo desde dicho Reyno". Los aragoneses acataron la or­den y, el 28 de enero de 1571, Felipe II mandó abonar al "archivero del Reino de Valencia, Francisco Juan Maiques", los gastos ocasionados por trasladar a Valencia los registros, libros y escrituras conservados en Za­ragoza. Sin embargo, como era habitual, la orden no fue obedecida por los catalanes.

Incluso en el siglo pasado, en 1863. el director del Ar­chivo del Reino de Valencia denunciaba que los catala­nes deberían "dar cumpli­miento a las tan infructuo­sas o ineficaces como repe­tidas órdenes de los monar­cas en este asunto". El silencio fue la respuesta a esta última y legítima deman­da. Quizá ahora, las autorida­des valencianas sepan recla­mar el legado de nuestros antepasados, que continúa secuestrado en Barcelona.

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