domingo, 18 de mayo de 2014

LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS, SUS RAZONES JURÍDICAS Y CONSECUENCIAS ECONOMICAS PARA LA REGION VALENCIANA (XXIV)



Autor: Antonio Magraner Rodrigo
Valencia 1975
ARV. Signatura 1607-2498


Capítulo II. Consecuencias económicas de la expulsión.


Capítuo III. El problema de la repoblación del Reino de Valencia.

Hemos aludido, anteriormente, y de pasada, a esta importante cuestión. Estimamos conveniente insistir, al presente en el aspecto demográfico de la repoblación, dada la trascendencia que había de tener para el futuro de la economía regional, en particular, durante los primeros años que siguieron a la expulsión de los moriscos, decretada en 1609.

En efecto, parece incuestionable que tras esta histórica fecha en Reino de Valencia –cuya  población total, hacia 1609, rebasaba los 500.000 habitantes- perdió el 22 y el 30 por ciento de los mismos, en su inmensa mayoría campesinos y vasallos de la aristocracia terrateniente y latifundista.

El historiador H. Lapeyre analiza el paisaje geográfico del Reino de Valencia y los censos totales de la población –1527, 1563, 1585, y 1602-, adoptando para el cálculo de los habitantes el índice 4,5. Otros, como Reglá, estiman más adecuado el índice de 5 personas por casa.

Según el citado profesor de Grenoble –a quien tanto debe la historia de España de los Austrias, los cristianos viejos, en cuyas manos estaban la industria y el comercio, habitaban masivamente en las ciudades y los pocos moriscos que existían en ella quedaban relegados a los suburbios. Las tierras de secano, a excepción de la provincia de Castellón, en cuyas zonas de Morella y el Maestrazgo había un compacto bloque cristiano, estaban ocupadas, predominantemente, por los moriscos.

 Recordemos que aquí se constituyó un poderoso recurso de las fuerzas imperiales del emperador Carlos V durante la guerra de las Germanías, a comienzos del siglo XVI, así como de las tropas carlistas del general Cabrera, en el siglo pasado.

De las interesantes aportaciones de Lapeyre se puede comprobar, asimismo, que todos los macizos montañosos e incluso las regiones de colinas desde el río Mijares, como también las que al oeste de Valencia se extienden  hacia Chiva y Buñol, constituían núcleos de población que, en su mayoría, eran de raza morisca; por consiguiente la huerta de Valencia, la plana de Gastellón, la ribera de Jucar y las huertas de Alicante, Elche y Orihuela, eran comarcas casi enteramente cristianas, abundando, sólo, los moriscos en dos zonas de regadíos: las situadas en torno a Gandía y Játiva. Igualmente eran numerosos en las tierras de barones, esto es, en las de señorío laico; pero escaseaban en los lugares de realengo y en las de señorío eclesiástico.

No es extraño, por cuanto se acaba de decir, que las rebeliones más importantes de los moriscos tuvieron lugar en os lugares de montaña: en 1526 en la sierra de Espadán  (entre los ríos Mijares y Palancia); y en 1609, en la región de la Muela de Cortes  y en el Valle de Laguar.

Lapeyre examina, además, la evolución demográfica hasta 1609. En el periodo comprendido en 1537 y 1563, para noventa localidades moriscas, la población disminuye ligeramente, por lo que según el citado autor se explica por la emigración a Berbería. Por el contrario, durante las mismas fechas, en otras ochenta localidades se aprecia un incremento del orden de un 7 por ciento.

Desde 1563 a 1609 la población total del Reino del  Valencia pasa de 64.075 hogueras o “focs” a 96.731, advirtiéndose un aumento del 50,9 por ciento, por lo que se deduce que el ritmo de aumento morisco alcanza el 69,7 por ciento y el de los cristianos viejos sólo el de 44,7 por ciento. La capital se estancaba en unos 50.000 habitantes, sin crecer el ritmo del Reino. Como causa posible del mayor incremento de la población morisca aduce el citado historiador galo el celibato por los abundantes eclesiásticos. La proliferación de moriscos, que, por ciento, era buen vista por los señores de lugares, ya que con ello aumentaban sus rentas, fue uno de los más importantes motivos que contribuyeron a su total ruina. Cuando en 1609 se decretó su expulsión por Felipe III, a los señores no les quedó otros remedio que plegarse a la voluntad regia, que representaba asimismo la de la opinión pública.

El Canónigo archivero de la Catedral de Valencia, don Ramón Robres Lluch, ha empleado los datos estadísticos publicados por Lepeyre, al aportar una investigación extraída de la Sagrada Congregación del Concilio, en el Archivo Secreto Vaticano,  y otras fuentes destacando, por su especial interés, una estadística de 1622, cuyas cifras globales constituyen valioso elemento para medir el alcance de la repoblación dentro de los primeros años subsiguientes al extrañamiento de los moriscos.

Así como el triunfo de la aristocracia latifundista, estrechamente aliada a la Corona, implicó la victoria del campo sobre la ciudad en la guerra de las Germanías, la expulsión de los moriscos, una centuria más tarde, constituyó –como dice Reglá- “el reverso de la medalla: el triunfo de la ciudad sobre el campo. Como es lógico, dada la distribución de la población, las consecuencias económicas de la expulsión de los moriscos valencianos fueron mayores y de más duración en el interior y sobre todo en las comarcas meridionales del reino”.

Los coetáneos de la expulsión se dieron perfecta cuenta de las consecuencias que sobrevendrían, particularmente en el aspecto económico, con esta victoria –pírrica victoria- de la ciudad.

Ya lo preveía el patriarca-arzobispo de Valencia, don Juan de Ribera, quien en una carta a un ministro de Felipe III, fechada en dicha ciudad, el 19 de diciembre de 1608, decía lo siguiente: “Las ciudades y lugares grandes se sustentan con la provisión que éstos (moriscos) traen, las iglesias, monasterios de frayles y monjas, hospitales, cofradías, exenciones de censos y legados píos, nobles, caballeros y ciudadanos, finalmente todos cuantos son necesarios en la República, para el Gobierno y ornato espiritual y temporal de ella dependen del servicio de los moriscos, y se sustentan en los censales que han cargado ellos o sus antecesores sobre lugares de los moriscos y así, viéndose imposibnilitados de poder a S.M. lamentando su miseria y destrucción. Prometo a V.M. que pensando diversas veces en esto deseo que Nuestro Señor me lleve antes de ver tanta lástima sin poderla remediar y Él sabe de quan poca consideración es para mí la pobreza que ternía esta dignidad y que a trueque de verme sin tantos herejes con nombre de feligreses míos, ternía por muy buena dicha quedarme con necesidad de comer pan solo”.


Por su parte, el Marqués de Caracena, Virrey, a la sazón de Valencia, manifestaba a Felipe III, en 18 de mayo de 1610: “Considerando de cien casas de moiscos (sic) a quantas se pueden reducir de cristianos viejos, si serán a treinta o quarenta... Certificado a V.M. que no podré encarecer con palabras el estado trabajoso en que este Reino de Valencia se halla... porque la mayor parte de él vive de responsiones de censos y no se cobra ni puede cobrar cantidad alguna dellos con exenciones o sin ellas... y los que los responden, no solo los señores y comunidades, pero aún los particulares no pueden pagar porque no cobran frutos...”.

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