domingo, 7 de julio de 2013

LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS, SUS RAZONES JURÍDICAS Y CONSECUENCIAS ECONOMICAS PARA LA REGION VALENCIANA (XVIII)



Autor: Antonio Magraner Rodrigo
Valencia 1975
ARV. Signatura 1607-2498


Capítulo II. Consecuencias económicas de la expulsión.

Relatadas las incidencias a que dio lugar la ejecución del bando de expulsión, es lógico condenemos, seguidamente, las consecuencias dimanantes de tan trascendental medida. Pasemos por alto las que se deducen desde el punto de vista político y religioso, con ser tan importantísimas, si, como sabemos, con la expulsión desapareció un gravísimo peligro para la seguridad de la patria, consolidándose la unidad nacional, y afianzándose, por otra parte, la religión. No debemos olvidar, en efecto, que la Reconquista, comenzada allá por Covadonga por don Pelayo y completada por los Reyes Católicos con la toma de Granada, fue, esencialmente, una guerra de religión, que vino a finalizar –consumándose, definitivamente, la unidad religiosa- en 1609, con la expulsión de los moriscos. Y concretándonos al presente, diremos que no fueron de menor importancia, bajo este otro aspecto,  las consecuencias de la expulsión de los moriscos españoles. Si beneficios para la patria reportó, en el orden religioso, fue en cambio, muy funesta en el económico. No vamos a negarlo, sin que por ello le atribuyamos mayor volumen del que en realidad tuvo. Volveremos, luego, sobre esta materia.

La despoblación fue, en primer lugar,  uno de los peores efectos del destierro, ya que la merma de más de 500.000 hombres en una nación había de repercutir, forzosa e inmediatamente con grandes pérdidas en la producción y riqueza públicas, en la vida social y en la población general.

El más perjudicado, con la expulsión, fue el real patrimonio. Siguió la Inquisición de Valencia. Y, a continuación, los Barones y Señores de vasallos moriscos, quienes no pudieron repoblar los lugares por éstos abandonados, y vieronse obligados a aceptar la concordia de 1614, en que se detallaban los perjuicios sufridos, como veremos.

Por lo que respecta a la inquisición valenciana, El receptor don Sebastián de Mendoza confiesa que la precaria situación económica que por aquellas fechas –1607- venía ya atravesando el Santo Oficio se veía agravada por la determinación del rey Felipe III de expulsar a los moriscos de este Reino de Valencia, con lo que perdería en cada año dos mil quinientas libras que solían pagar las aljamas por la concordia para que no se les confiscaran sus haciendas.

A estas pérdidas había que añadir las quinientas libras anuales procedentes de las penas y penitencias que se imponían a los nuevos cristianos.

Finalmente, otro capítulo importante que las mermas que la inquisición preveía para sus esquilmadas arcas lo constituían las rentas que venían recibiendo por los censos cargados sobre las diferentes villas habitadas por moriscos evaluadas en setecientas cuatro libras, que se creían de difícil cobranza, particularmente en los primeros años subsiguientes a la expulsión, hasta que se reprodujera su repoblación.

Por todos ello y para poder afrontar el pago de salarios del personal que estaba a su servicio y demás gastos ordinarios y extraordinarios, se solicitaba la ayuda del Consejo General del Santo Oficio.

En otro documento, el inquisidor de Valencia, con fecha 8 de febrero de 1611, comunicaba a dicho consejo el alcance de la quiebra que el extrañamiento de los moriscos había supuesto para el Santo Tribunal, y que calculaban sería del orden de los mil quinientos ducados de renta, y así lo había hecho saber el regente Fontanet, quien con su colega Sabater, luego fallecido, fueron enviados a nuestra ciudad –como veremos después- por Felipe III, para solucionar las cuestiones derivadas de la repoblación del Reino de Valencia y el pago de los censos.

El regente dio seguridades al citado Inquisidor, quien a la sazón lo era don Gabriel Picazzo, de que el rey se preocupaba por resarcir a las Inquisiciones de Zaragoza y Valencia del grave quebranto económico que habían padecido, para lo que había escrito al marqués de Caracena consultándole acerca de que con que bienes abandonados por los moriscos se podrían rehacer dichas pérdidas, según había revelado el consultor del Santo Oficio, don Francisco de Castellví, que poseía una copia de la aludida carta regia.

El norteamericano Hamilton, uno de los más destacados especialistas en la historia económica hispana de los siglos XVI y XVII ha opinado sobre esta cuestión lo siguiente, en su obra “El florecimiento del capitalismo y otros ensayos de historia económica” Madrid 1948, pág. 124: “Los autores que han escrito desde el siglo XVII han considerado,  con casi completa unanimidad, la expulsión de los moriscos como la causa fundamental de la decadencia española. Es difícil comprender como una razón excluida en gran parte de oportunidades educativas, privilegios sociales, libertadores civiles e igualdad ante la ley, pudo haber sido la porción más ilustrada  de la nación española” Y tomando como base la estabilidad de precios en el decenio anterior a la expulsión, niega que la expulsión de los moriscos fuera la causa principal de la decadencia económica; y concluye afirmando que dicha expulsión no arruinó los campos de arroz de Valencia, la industria azucarera granadina, los viñedos españoles ni los sistemas de irrigación artificial.

Por otra parte Reglá -en “Estudios sobre los moriscos, pág. 80- escribe que, “sin negar la acusada laboriosidad de los moriscos, jamás puede aceptarse que solo éstos constituyeran las clases productoras del país. En definitiva, las tierras que quedaron yermas e improductivas volvieron a ser cultivadas en un plazo más o menos largo, las heridas se restañaron”.

“Ahora bien –continua- las tesis optimistas de Hamilton, que constituye el reverso de las afirmaciones de la historiografía decimonona, no puede ser interpretada en el sentido de negar importancia a la cuestión, cuyas lógicas repercusiones en el conjunto de la economía española, cuando ésta viose sometida a la dura prueba de la guerra en particular, desde 1635, es obvio ponderar.”

La orden promulgada en Valencia, en 22 de septiembre de 1609, acarreó para la economía, y sobre todo para la economía del país, efectos desastrosos, difíciles de reparar de momento, como los ofrece siempre una colonización y el tránsito del colonato esclavo al trabajo libre. Y ello porque la agricultura, por los motivos que más adelante señalaremos, se hallaba, casi totalmente, en manos de los moriscos, quienes se dedicaban al cultivo de las tierras no solo propias, sino que también de las inmensas pertenecientes a los nobles y órdenes religiosas

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