miércoles, 8 de mayo de 2013

APUNTES HISTÓRICOS SOBRE LOS FUEROS DEL ANTIGUO REINO DE VALENCIA (V)





D. Vicente Boix
Valencia 1855

 XLII Universidad literaria

CATEDRÁTICOS CÉLEBRES.
     Muchos son los Profesores que con sus luces y vastos conocimientos han dado celebridad a esta escuela, y que con justicia debieran ser incluidos en este catálogo; más por amor a la brevedad se hará tan solamente mención de aquellos que con la publicación de sus obras han hecho su nombre inmortal.
SIGLO XV.
     D. Fr. Jacobo Pérez de Valencia, natural de Ayora, religioso Agustino, fue Catedrático de Teología en esta escuela, y después Obispo ausiliar de esta Diócesis, con el título de Cristópolis. Sus grandes conocimientos en las lenguas latina, griega y hebrea, y en la Teología y Derecho Canónico le hicieron la admiración de su siglo. Publicó varios comentarios sobre los salmos y cánticos, y una refutación contra los errores de los judíos, las cuales obras fueron las primeras que se imprimieron en esta capital en el siglo XV cuando fue introducida la imprenta.
     Juan Andrés Strany, hijo de esta ciudad, fue aventajadísimo en todas las ciencias, y especialmente en la teología espositiva, cuya Cátedra obtuvo algunos años en esta escuela, contando entre sus discípulos a los insignes Juan Navarro y Miguel Gerónimo de Ledesma. Ilustró con doctísimas observaciones las obras de Séneca, Valerio Máximo y Plinio. Los sabios, así nacionales como estrangeros, le han tributado los mayores elogios.
     Pedro Gimeno, natural de Valencia, llevado de una vehemente pasión por el estudio de la medicina, recorrió las principales Universidades del mundo, para perfeccionarse en ella, y en todas recibió las mayores muestras de aprecio. Fue discípulo del gran Vesalio, y obtuvo la Cátedra de Anatomía en esta Universidad, donde siempre se respetó como el padre de la escuela valenciana. Descubrió el tercer huesecillo del oído, de nadie hasta entonces observado, cuyo hallazgo dedicó a su maestro Vesalio. Sensible es que no haya dejado más que unos diálogos de anatomía, pero sus esplicaciones sirvieron para formar hombres eminentes en el arte de curar, que dieron a esta escuela el mayor lustre y esplendor.
     Miguel Gerónimo de Ledesma, natural de Valencia, obtuvo en esta Universidad una Cátedra de medicina y otra de lengua griega, que regentó con aplauso general. Fue el restaurador de la cultura de las ciencias, desterrando de esta escuelala barbarie que los árabes introdujeran. Ilustró con eruditos comentarios las obras de Galeno, y con su pericia en el árabe interpretó a Avicena. Publicó otras varias obras relativas a la enseñanza de la medicina y de la lengua griega. Ilustres escritores le han tributado todo linage de elogios.
     Juan Navarro, natural de Alcoy, fue Catedrático de Retórica en esta escuela, cuya Cátedra desempeñó por espacio de treinta años, siendo indecible los frutos de su enseñanza, y los innumerables jóvenes que con sus lecciones salieron aventajados en la oratoria. Desterró el mal gusto que a la sazón reinaba, e introdujo las bellezas de la literatura del siglo de oro. Pronunció varios panegíricos, cuya impresión no permitió su escesiva modestia, pero que justamente reclamaban la luz pública.
     Fr. Gerónimo Pérez, valenciano, de la orden de la Merced, obtuvo en esta escuela una Cátedra de Teología, contando entre sus discípulos a S. Francisco de Borja, a D. Andrés de Oviedo, Obispo y patriarca de Etiopía, y al insigne escritor Manuel Sá. Se llamó con justicia el teólogo de su siglo; dictado que justifican sus varias producciones literarias.
     Pedro Antonio Benter, natural de Valencia, obtuvo en esta Universidad una Cátedra de Teología y otra de lengua hebrea. Pasó a Roma, donde mereció las mayores distinciones del Papa y demás Prelados. Escribió la crónica de España, y si bien se dejó llevar de las falsas noticias del Beroso, que tan en crédito estaba en aquella época, fue al menos de los primeros que abrieron el camino para llegar a la posesión de una verdadera historia. Fue también el primer historiador quo tuvo Valencia, cuya crónica escribió en lemosín, y tradujo después en castellano.
     Fr. Gerónimo de Areis, valenciano, de la orden de la Merced, fue teólogo y médico escelente por sus raros conocimientos en la medicina: los Sumos Pontífices Paulo y Julio III le concedieron el permiso de egercitar esta facultad, como de hecho la practicó con grande beneficio de la humanidad. Enseñó muchos años filosofía y teología en esta Universidad, y con gloriosa emulación le desearon por Profesor suyo todas las de España. Fue Catedrático en Salamanca, teniendo pendientes de sus resoluciones a los más insignes Doctores de aquella escuela. Adquirió por su saber tal nombradía en el estrangero, que la Universidad de París le eligió por su Catedrático. Publicó varias obras, que han conservado su memoria.
     Gerónimo Muñoz, natural de Valencia, discípulo de esta escuela, fue peritísimo en la lengua hebrea; por manera que los judíos le creían tal por su dicción. Obtuvo una Cátedra de dicha lengua en la Universidad de Ancona, y después en esta de Valencia. Dedicado a las matemáticas, honró esta Universidad con grande aprovechamiento de sus discípulos, desempeñando a la par la enseñanza de la lengua santa. Empero envidiosa Salamanca de las glorias de esta Universidad, le llamó para las mismas Cátedras, que regentó por algunos años, mereciendo los mayores elogios.
     Andrés Sempere, médico de profesión, natural de Alcoy, uno de los oradores más insignes de esta escuela, fue Catedrático de Retórica de esta Universidad, debiéndose a su pericia los grandes progresos que se esperimentaron, recobrando esta escuela su lustre y esplendor algún tanto decaído. Sus dotes naturales, unidos a su elocuencia, le merecieron el renombre de Demóstenes de su siglo. Amigo íntimo de Lorenzo Palmireno su comprofesor, le cupo la dicha de que éste formara su elogio, llamándole, Gorgices de los retóricos, príncipe de las lenguas latina y griega, y restaurador de la elocuencia.
     Luis Collado, valenciano, médico habilísimo, fue Catedrático de Anatomía en esta Universidad, observador atento e investigador profundo, él por sí hacía las disecciones, adquiriendo a fuerza de sus observaciones el conocimiento de importantes secretos. Fue el primero que llegó a descubrir un huesecito llamado stapes, que está en el órgano del oído. Escribió varias obras de medicina, mereciendo especial mención sus Comentarios al libro de Ossibus de Galeno, obra que le valió un crédito sin igual.
     Lorenzo Palmireno, célebre humanista, hombre nacido para la enseñanza, aunque médico de profesión, tenía puesta su afición en las bellas letras. Fue peritísimo en las lenguas griega, latina y hebrea, como también en la historia, filosofía y estudios de erudición. Enseñó latinidad en Zaragoza y en Valencia, formando eminentes discípulos, que ennoblecieron esta escuela, entre ellos el célebre Vicente Blas García. Los escritos de Palmireno patentizan su vasta erudición y la elocuencia más pura y correcta.
     Jaime Segarra, natural de Alicante, médico profundo, discípulo de Luis Collada. Su inteligencia en las lenguas latina y griega le ayudaron a sus progresos en el arte de curar; su atento y profundo estudio de las obras de Hipócrates y Galeno le hicieron penetrar la mente de los dos grandes oráculos de la medicina, publicando unos doctos Comentarios a las obras de los mismos. Escribió varios tratados de medicina; mas una muerte prematura nos privó de otras producciones, que sin duda hubiera dado tan insigne profesor.
     Pedro Juan Núñez, natural de Valencia, uno de los cuatro españoles que merecieron que Nicolás Antonio los apellidara príncipes de toda erudición. Estudió en esta escuela la filosofía y lenguas, y pasó a París a perfeccionar los conocimientos que en su patria adquiriera. Enseñó filosofía en Valencia y Zaragoza; mas dedicado a las bellas letras, obtuvo la Cátedra de Retórica en aquella y en Barcelona. Escribió varias obras de conocido mérito; con especialidad han sido muy apreciadas su Gramática griega, las Instituciones oratorias, los Comentarios a los libros de los retóricos de Aristóteles y las Instituciones físicas. Los sabios de su tiempo le honraron con su amistad, y le tributaron los mayores elogios.
     Vicente Blas García, natural de Valencia, estudió humanidades, filosofía y medicina en esta Universidad; empero impelido de su afición a la elocuencia, se dedicó a su estudio con tal empeño, que a los veintidós años de su edad fue nombrado Catedrático de esta muela. Pasó luego a Roma, y la Universidad de la Sapiencia le ofreció la Cátedra de Retórica, mereciendo las mayores distinciones de los Papas y Cardenales. Oró ante el Sacro Colegio en la elevación al Pontificado de Gregorio XIV y Clemente VIII, y en las exequias de aquél, mirándole y apreciándole Roma como el primer orador. Mas envidiosa Bolonia de la gloria que aquella adquiriera con tan célebre profesor, le propuso la Cátedra de Retórica de tan insigne Universidad, honor que le impidió admitir una enfermedad peligrosa que padeció. Restituyese a su patria, y se encargó de la enseñanza de elocuencia, siendo numerosísimo el auditorio que asistía a sus lecciones, contándose entre los oyentes las personas de mayor lustre y erudición. Publicó varias obras de elocuencia, que patentizan el buen gusto de tan esclarecido profesor.
     Melchor de Villena, natural de Valencia, médico insigne, Catedrático de yerbas en esta Universidad. Estudió medicina en ésta, siendo sus maestros los célebres profesores Luis Almenara y Honorato Pomar, médico de Felipe III. Regentó por espacio de cincuenta años la Cátedra de yerbas; y deseoso de adquirir conocimientos en este ramo de la medicina, no se contentó con herborizar en nuestro reino, sino que pasó a Cataluña, Castilla y Portugal. El Rey Felipe IV le llamó a la Corte por médico suyo; mas no lo pudo conseguir de la incontrastable humildad del Doctor Villena; empero hallándose en Valencia S. M., quiso oír a tan esclarecido maestro, a cuyo fin dispuso que presidiera unas conclusiones de medicina, que defendió el Doctor Miguel Vilar, discípulo de Villena. Honró S. M. con su presencia este acto, en el que tomaron parte los más célebres médicos de la comitiva real, y admiraron todos los profundos conocimientos de Villena. Reiteró el Rey sus instancias para que siguiera la corte; mas Villena, inclinado al retiro y al estudio, espuso a S. M. razones de familia, que le impidieron el aceptar tan honroso cargo. Consultado por varias Academias y sabios, así nacionales como estrangeros, sus respuestas eran tenidas como oráculo, leyéndose y citándose en las principales Universidades de España, Francia, Italia y Alemania. Escribió varias obras de medicina, bien que su escesiva modestia no se cuidó de publicarlas: vieron sin embargo la luz pública algunas de ellas después de la muerte del autor. Contó entre sus discípulos al graduado en esta Universidad, y médico después, del Rey de Francia, D. Francisco Ranchino, el cual le llevo un retrato de su maestro a París; y defendiendo públicamente unas conclusiones de medicina en aquella Universidad, puso al pie, que las presidía el Doctor Melchor de Villena, valenciano. Llegada la hora, colocó el retrato en el lugar de la presidencia, y dijo en alta voz: »Veis aquí la imagen del Doctor Melchor de Villena, valenciano, nuevo Galeno católico y padre de la medicina."
     D. Gregorio Mayans y Siscar, natural de Oliva en el reino de Valencia, estudió filosofía y jurisprudencia en ésta, pasando luego a la de Salamanca a perfeccionar sus estudios, bajo la dirección del valenciano D. José Borrull, Catedrático de dicha Universidad. Graduado de Doctor en la de Valencia, obtuvo en 1723 la Cátedra del código de Justiniano, siendo el más joven de los opositores. En 1733 fue nombrado Bibliotecario de S. M., cuyo encargo desempeñó hasta 1740, en que renunció para dedicarse con mayor sosiego a las tareas literarias. El Rey, en atención a sus méritos literarios, y las varias obras que había publicado, se sirvió concederle los honores de Alcalde de Casa y Corte, y a pesar de haberse retirado a la oscuridad de su gabinete para dedicarse esclusivamente al fomento de las ciencias, su reputación se estendió por toda Europa: Muratori en su Suplemento a las Antigüedades de Grevio y de Gronovio, hace de Mayans un magnífico elogio. Voltaire le consultó sobre su obra de Heraclio español y Robetson sobre la Historia de la América, y así mantuvo una correspondencia literaria no interrumpida con todos los sabios de Europa. Fuera asunto demasiado prolijo presentar un catálogo de sus producciones literarias: Sempere y Guarinos, en su Ensayo de una Biblioteca española, después de haber referido los títulos de setenta y cinco obras publicadas por Mayans, añade que no ha hecho mención sino de las que han llegado a su conocimiento; pero que son muchas más las que había publicado este sabio. A los ochenta y dos años de su edad bajó al sepulcro, después de haber llenado su gloria a la nación y de lustre a esta escuela.
     D. Andrés Piquer, natural de Fornoles, en Aragón, estudió la filosofía y medicina en la Universidad de Valencia, donde se graduó de Doctor en dicha facultad. Nombrado Académico público de medicina, comenzó a introducir el gusto por los autores modernos, y mejorar los estudios médicos; con cuyo objeto, y a la edad de veintitrés años publicó la obra titulada Medicina vetus et nova, demostrando en ella que no se debía suscribir a ningún partido, sino escoger lo bueno que en los antiguos y modernos se encontraba. En 1712 obtuvo por oposición la Cátedra de Anatomía, enseñando la medicina moderna según el sistema del mecanismo que era entonces generalmente desconocido; y persuadido de la necesidad de reformar los estudios filosóficos, principalmente en los tratados de lójica y física, publicó la lójica moderna, o arte de hallar la verdad y perfeccionar la razón, y la física moderna racional y esperimental. Dio también a luz un tratado de calenturas, y la filosofía moral que dedicó a la juventud española, y un discurso sobre la aplicación de la filosofía a los asuntos de religión. Débese igualmente a este sabio la publicación de las obras más selectas de Hipócrates, con el texto griego y latino, puesto en castellano e ilustrado con observaciones, y unas instituciones médicas para uso de la escuela valentina. Increíble parece que un hombre siempre rodeado de las más graves ocupaciones pudiese dar a luz tantas y tan sabias obras, a no persuadirlo los títulos de un ingenio privilegiado. Fue nombrado médico de Cámara de S. M., e individuo del Real Proto-medicato, en cuyo tribunal desempeñó los cargos de juez y de censor. El nombre de este insigne literato es conocido en todas las escuelas, y los gloriosos laureles que tan justamente adquirió, han perpetuado su memoria.
     D. Juan Sala, natural de Pego, en este reino, estudió filosofía y jurisprudencia en ésta: dedicóse asimismo al estudio de las matemáticas, y su escesiva aplicación le causó una grave enfermedad, de la que no se vio enteramente libre en el discurso de su larga vida. Su pasión empero por las ciencias, y en especial por la jurisprudencia, dábale tal esfuerzo, de sus achaques hizo varias oposiciones, en que lució sus eminentes talentos, obteniendo una Cátedra de Jurisprudencia con Pavordía aneja. Dedicado con tesón a esta enseñanza, y conociendo la escasez de libros que pudieran facilitar a los alumnos los conocimientos que deseaban, se entregó a la composición y publicación de varias obras que pudieran llenar este vacío. Publicó su obra titulada. Vinius castigatus, ilustrándole con las leyes concordantes del reino y disposiciones del Derecho patrio, y añadiéndole un tratado de la sucesión intestada, con cinco apéndices. Asimismo publicó el Digestum Romano-Hispanum, la Ilustración al Derecho Real de España, y la Historia del Derecho Romano Español. El ímprobo trabajo que estas obras le costaron, agitó de tal manera su enfermiza naturaleza, que le costó la muerte, pudiendo decirse que fue víctima de su laboriosidad y estudio.

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