martes, 23 de abril de 2013

MISTERIOS DE LA HISTORIA-XVI



Por: Ricardo de la Cierva
Editorial  Planeta

Segunda edición: febrero 1991

 CATALUÑA ENTRE LA HISTORIA Y EL FUTURO

En mi libro La derecha sin remedio he analizado la trayec­toria de Cataluña durante la era de Franco. El nuevo régi­men cometió serios errores -perfectamente inútiles- con­tra el sentimiento catalán, sobre todo en el campo de las restricciones culturales, como ha contado Dionisio Ridruejo en su libro Casi unas memorias. Sin embargo, la toleran­cia se fue imponiendo poco a poco, y durante esa época Cataluña experimentó un crecimiento y una prosperidad poco comunes en otras épocas de su historia. Catalanes insignes cooperaron con el régimen de Franco en puestos de gobierno y alta administración, y contribuyeron a la vida política y económica de Cataluña de forma destacadí­sima. Todo esto se ignora culpable e injustamente en la antihistoria de la propaganda ultracatalanista, pero se tra­ta de hechos reales y comprobables.

A1 llegar la transición democrática, el centro-derecha catalán fue en parte dirigido por el catalanismo antifran­quista, cuyos líderes principales son Jordi Pujol -proce­dente de medios católicos- y Miguel Roca y Junyent, pro­cedente de un curioso grupúsculo de oposición radical, pero vuelto muy a tiempo a la moderación. Rodolfo Martín Vi­lla, en sus Memorias, ha contado con objetividad los pro­gresos de la oposición catalanista de centro-derecha y los avances del antifranquismo en Cataluña, pese a lo cual la UCD, el centrismo nacional, obtuvo en las diversas eleccio­nes celebradas en el principado notables éxitos. Alfonso Osorio, por su parte, ha descrito desde dentro la opera­ción inspirada por la Corona y realizada por el presidente Adolfo Suárez para el restablecimiento de la Generalidad en la persona del antiguo líder de la Esquerra Josep Ta­rradellas, transformado durante el exilio en un político in­teligente y pragmático que ha contribuido decisivamente a la consolidación de la nueva democracia española desde Cataluña y ha revelado en sus Memorias encrucijadas y claves muy interesantes de la historia catalana reciente.

El hundimiento de la UCD tuvo graves repercusiones para la continuidad del centro-derecha nacional en Catalu­ña, cuyos efectivos y votantes han ido cayendo en la órbita del catalanismo de centro-derecha. El 1 de junio de 1984 protesté en mi columna del diario YA contra el discurso de investidura pronunciado por Jordi Pujol como presi­dente de la Generalidad. Hoy sería imposible decir lo mis­mo en ese pobre periódico, destruido y degradado por una equivocada política informativa episcopal, y luego caído en manos nacionalistas y después, o simultáneamente, por­que hace años que no sigo esa decadencia, en la órbita sucedánea de El País.


Los párrafos siguientes se inspiran en mi artículo-pro­testa citado, cuando en el diario YA, con 150 000 ejempla­res de venta, se podía escribir objetivamente sobre Ca­taluña.

Cataluña es racionalidad; Cataluña es pacto. Cataluña es seny. Cataluña fue la avanzada europea en España, y es ahora la avanzada española en Europa. Pero por enci­na de la racionalidad, el pacto, el seny, la avanzada y la vanguardia, Cataluña es sentimiento. No hay en Europa, ni seguramente en el mundo, un pueblo más sentimental que Cataluña. La insigne torpeza política del gobierno socialista, al utilizar flagrantemente a la justicia nacional española contra una victoria política catalana, ha provocado en Cataluña una riada, una pleamar de sentimiento. Los miles de afectados por la crisis de Banca Catalana -cuya administración no sé si ha sido un delito, pero sí me consta que ha sido un desastre- en cabeza de la manifestación  Jordi Pujol me parece un espectáculo emocionante corno casi nunca se había contemplado en España desde los gritos famosos de ¡Vivan las cadenas! que proferían los ciudadanos serviles uncidos al carro de Fernando VII; gritos que suelen expresarse en andaluz, pero que se inicia­ precisamente en Cataluña, como fue la única universi­dad de Cataluña la que dirigió al mismo rey absolutista la invocación célebre: Lejos de nosotros, Señor, la funesta manía de pensar. Ante la querella criminal más detonante de toda la historia contemporánea -la querella Burón-Gon­zález sobre Banca Catalana, dicho sea con tanta sinceri­dad como respeto- Cataluña entera ha vuelto a prescin­dir de la funesta manía de pensar y se ha echado a la calle; Una riada, una pleamar de emociones. Afortunadamente, después de meses de tortura, la querella ha fracasado por motivos que me parecen tan políticos como los que suscitaron. De esta forma han perdido todos: el Gobier­no central, el señor Pujol, la seriedad del pueblo catalán, justicia, la democracia y sobre todo los pobres accionistas­, de Banca Catalana, que encima aplaudieron a rabiar cuando en asamblea general se les comunicó que cada mil de sus pesetas quedaban reducidas a una. Todo un porten­to de la transición.

El discurso de investidura del presidente Pujol en mayo de 1984 ha sintonizado tanto con Cataluña que merece para su ilustre autor el título del más sentimental entre todos los catalanes, aunque ha escrito el discurso a impulsos de una fría y habilísima estrategia. No ha sido, naturalmente, el discurso de Banca Catalana (le sobra al señor Pujol inte­ligencia política para haber caído en semejante disparate), sino el Discurso de la Nación Catalana, en la misma línea         I suavemente chantajista que tanto cultivó su predecesor el señor Cambó. Diez referencias directas (a ver si algunos comentaristas aprenden a contar) y cinco indirectas justi­fican esta denominación. (Por desgracia, y ante la gran ma­nifestación que siguió a la investidura, el señor Pujol sí que dejó que su sentimentalismo desbordase a su pruden­cia y aprovechó a fondo, con demagogia tan reprobable como la de los impulsores de la querella, el problema de Banca Catalana que interpretó absurdamente como un ata­que no a él sino a Cataluña.)
Pero en el discurso de investidura -sesenta y cinco fo­lios tengo delante-, el candidato recalcó, entre otras ci­tas, la siguiente: «Reafirmo mi convicción de que Cataluña es una nación y que tiene derecho a que le sea reconocida su personalidad, tanto en el terreno cultural y lingüístico como en el político e institucional.» No se refiere el señor Pujol al reconocimiento del Estatuto, que ya está cuajado por ley orgánica, sino al reconocimiento cultural y políti­co de Cataluña como nación. Cierto que pide este recono­cimiento en el marco constitucional, lo cual es un refugio contradictorio, porque la Constitución no reconoce más nación que la española.

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