miércoles, 10 de abril de 2013

APUNTES HISTÓRICOS SOBRE LOS FUEROS DEL ANTIGUO REINO DE VALENCIA (IV)


 

D. Vicente Boix
Valencia 1855

 XLII Universidad literaria


RECTORES PRINCIPALES.
     El gobierno de esta escuela, antes de la precitada bula de Sixto V, estuvo a cargo de diferentes Catedráticos, que con el título de Rectores fomentaron la enseñanza, mereciendo entre ellos especial mención los siguientes:
     Juan Celaya, nació en Valencia, y habiendo hecho los primeros estudios en esta Universidad, pasó a la de París, donde se graduó de Doctor en Teología, y obtuvo una Cátedra de dicha facultad. Enseñó también las artes en los colegios de Cocqueret y Santa Bárbara de la misma capital. Las luces que este sabio derramaba, y los vastos conocimientos que en él se traslucían, le grangearon tal nombradía, que fue elegido Vicario General de varios Obispados, y condecorado con una de las más honoríficas dignidades de aquel reino. Vuelto a su patria en 1525, y admirada Valencia de los eminentes talentos y virtudes de tan esclarecido hijo, suplicó al Emperador Carlos V se dignara interponer su mediación para que permaneciese en su seno por los grandes bienes que de su saber y de sus virtudes se esperaban. Le nombraron con este objeto Rector perpetuo de la Universidad, que gobernó por muchos años con los más felices resultados. Él desterró de esta escuela el espíritu de sofistería que la tenía a la sazón dominada con menoscabo de las ciencias, e introdujo el buen gusto y método de enseñanza en cuanto las luces de su siglo permitían. Honróle Carlos V con muestras de singular aprecio, haciéndole pasar a la Corte para utilizar sus conocimientos; y favorecido por su real munificencia, publicó varias obras de filosofía y teología, que se imprimieron en Valencia. La especie de que por su consejo dispuso el Ayuntamiento que al reedificarse en 1517 el puente de Serranos, se enterrasen en sus cimientos muchas lápidas romanas que existían en esta ciudad, indicada por Escolano, y seguida por otros, fue una calumnia inventada por sus enemigos, que tuvo muchos, por las mercedes con que le honró este Ayuntamiento y el mismo Emperador Carlos V. El único fundamento de Escolano fueron las palabras que había oído a Pedro Juan Núñez, que se lamentaba de aquella pérdida; pero Núñez no había nacido cuando se supone el entierro de las lápidas, y en aquella época, y muchos años después, no se hallaba Celaya en Valencia, sino en París, de donde no regresó hasta el año 1525.
     Pedro Juan Monzó, natural de Valencia, fue Catedrático de Artes de esta Universidad, y uno de los más célebres filósofos y matemáticos que llamaron la atención de su siglo. De él ha dicho un esclarecido escritor, »que con sola la doctrina de este maestro, no tenía que envidiar esta Universidad la gloria que daban a las primeras de España sus más sabios profesores." Movido el Rey de Portugal de la fama de su erudición, le confió la enseñanza de filosofía en la Universidad de Coimbra, que acababa de fundar, cuyo cargo desempeñó en competencia de Nicolás Grucchio, célebre Doctor parisiense, que se hallaba a la sazón en la misma escuela, a quien arrebató no pequeños laureles. Vuelto a su patria, fue nombrado Rector de esta Academia, y después Chanciller por el Venerable Patriarca D. Juan de Ribera. Publicó varias obras de filosofía, matemáticas, cronología y teología, que se imprimieron en Valencia, y le merecieron el dietado de sabio entre nacionales y estrangeros.
     Juan Blas Navarro nació en Valencia en 1526, y dedicado desde su niñez al estudio de las Bellas Letras en esta Universidad, hizo tales progresos, que todos se admiraron de tan precoz ingenio. Hablaba la lengua latina con tal facilidad y pureza, cual si le fuese nativa. Graduado de Maestro en Artes y Doctor en Teología, obtuvo una Cátedra en esta facultad, siendo numerosísimo el número que a sus lecciones asistía atraído de su encantadora elocuencia. Sacó muy aventajados discípulos, contándose entre ellos los dos escritores Francisco Peña, aragonés, y Fr. Miguel Bartolomé Salou, valenciano. En 1574 fue elegido Rector de la escuela, que gobernó con suma discreción, introduciendo notables mejoras en todos los ramos del saber. Publicó algunas obras teológico-canónicas, que se imprimieron en Valencia, y dieron celebridad a su nombre.
     Desde que por la bula de Sixto V quedó vinculado el cargo de Rector de la escuela a las Dignidades de la iglesia Metropolitana, parece se trató de escoger aquellos sugetos, que a los conocimientos literarios, añadían los títulos de nobleza y distinguido nacimiento. Y no era por cierto en aquel siglo desacertada esta idea, por el gran prestigio o influencia que sobre la sociedad tenía la nobleza. Así es que en el catálogo de los Rectores de aquel tiempo se encuentran los nombres siguientes:
     D. Gerónimo de Moncada, de la nobilísima casa de los Marqueses de Aitona.
     D. Cristóbal Frígola, hijo del Vice-Canciller D. Simón Frígola, Doctor de Teología en esta escuela, Sumiller de Cortina de Felipe II, Deán de esta iglesia; y a los diezinueve años Canónigo de la misma por especial bula de Gregorio XIII.
     D. José de Cardona, Maestro en Artes y Doctor en Teología, caballero de la primera nobleza de Valencia, y teólogo esclarecido de su tiempo.
     D. Miguel Vich, D. Archileo Frígola Pardo de la Casta, D. Cristóbal Bellvís, y otros muchos de las más ilustres familias de la capital.
     Digno es de particular recuerdo el Canónigo Don Joaquín Segarra, Doctor en Teología, y Rector que fue de esta escuela en 1778. Divididos estaban en opuestos bandos los cursantes de teología de aquella época con los nombres de Tomistas y Suaristas. Llegaba a tal estremo esta especie de fanatismo escolástico, que sus seguidores no sólo no alternaban entre sí, sino que ni siquiera se hablaban, viniendo a las veces a las manos. Necesitábase de un hombre particular, que a los conocimientos de las doctrinas de la época, juntase la sensatez de un verdadero filósofo. Éste fue Segarra, quien con una despreocupación agena de su siglo, y una prudencia singular, supo inspirar a los profesores y alumnos la tolerancia por las opiniones científicas, desterrando por este medio las disputas estrepitosas, y desapareciendo de la escuela la imprudente rivalidad tan contraria a los progresos de las ciencias.
     D. Vicente Blasco y García es sin disputa uno de los más insignes Rectores que han gobernado esta Universidad. Nacido en Torrella, pueblo inmediato a Játiva, estudió la filosofía en esta escuela, distinguiéndose entre todos sus discípulos, y obteniendo los grados de Bachiller y Maestro de Artes. Ingresó en la Orden de Montesa por medio de una rigurosa oposición, y convencido de que las Bellas Letras son el camino que más derechamente conduce al verdadero y sólido saber, se dedicó enteramente al estudio y al retiro renunciando hasta aquellos honestos placeres que en los colegios se permiten, para emplear este tiempo en los clásicos del siglo de Augusto. Graduado de Doctor en Teología, fue nombrado Académico público de esta facultad, que tenía entonces el título de Catedrático estraordinario, desempeñando este encargo con singular aprovechamiento de los alumnos. Cuando en 1761 se publicaron en Valencia las obras poéticas del Maestro Fr. Luis de León, y en 1770 la de los Nombres de Cristo, se le confió el cuidado de ambas ediciones, añadiendo a la última el nombre de Cordero, y un estenso prólogo sobre la lectura de buenos libros, donde a la par de una fina crítica y erudición asombrosa, campea el lenguaje más castizo y armonioso. En 1763 obtuvo la Cátedra de Filosofía, y conociendo las estravagancias de la doctrina aristotélica que entonces se enseñaba, y que tanto distaba del espíritu del príncipe de los filósofos, se dedicó a la lectura de los escritores modernos, que con tan gloriosos esfuerzos habían quitado al Estagirita el cetro de la filosofía, al menos en el ramo de ciencias físicas, inculcando estos conocimientos a los jóvenes de más talento y aplicación, entre otros D. Juan Bautista Muñoz y D, Antonio Cabanilles, a quienes señaló el verdadero camino para que fuesen un día gloria de esta escuela y honra de la nación. Concluido el curso de filosofía, pasó a la Corte, y el Sr. D. Carlos III le confió la instrucción del Infante D. Francisco Javier, joven de bellas esperanzas, pero que desvaneció la muerte con golpe harto prematuro. Fuéronle también encargadas varias comisiones literarias, difíciles cuanto honoríficas, que desempeñó con un celo e inteligencia sin par; entre otras el arreglo de los reales estudios de S. Isidro, que tanto honor dieron a su autor. Nombrado Rector de esta Universidad en 1784 elevó a S. M. una sabia esposición, manifestando que si bien eran grandes los progresos que en las ciencias se hacían en esta escuela, no correspondían empero a los adelantos del siglo, entorpeciendo su marcha el demasiado apego al método antiguo, que tan ciegamente se seguía. Cometióle S. M. la difícil tarea de ordenar un nuevo plan de estudios, como en efecto lo ordenó, mereciendo la real aprobación, y mandándose observar en 1787:Un completo análisis de tan bien entendido plan, fuera empresa harto larga y agena de una reseña histórica; baste, pues, decir que todas las ciencias recibieron un vigoroso impulso, que las elevó a la altura, de los conocimientos del siglo, y en especial la facultad de Medicina vio inaugurada una Cátedra de clínica, que fue la primera que se conoció en España. Concluiremos la biografía de este ilustre literato con la relación de un hecho que, a la par que grandemente le honra, descubre la insaciable ambición que de saber tenía, y fue el haberse dedicado en medio de sus gravísimas ocupaciones, y después de los cincuenta y dos años de su edad, al ingrato estudio de las lenguas griega y hebrea, que poseyó con admirable perfección.

No hay comentarios: