miércoles, 6 de marzo de 2013

LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS, SUS RAZONES JURÍDICAS Y CONSECUENCIAS ECONOMICAS PARA LA REGION VALENCIANA (XIV)




Autor: Antonio Magraner Rodrigo
Valencia 1975
ARV. Signatura 1607-2498

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Vemos pues, a través de todas estas pruebas históricas la traición y el constante peligro –especie de “quinta columna”- que para nuestra nación representaba aquella hostil raza, crímenes de lesa patria, que nuestra legislación, vigente a la sazón, castigaba, también,  con las penas de confiscación de bienes, destierro y muerte.

Razones, en fin, de Estado todas las que acabamos de exponer, y de carácter eminentemente político, fueron las que, en realidad, inclinaron la balanza de la justicia del lado de la expulsión, y si  las cuales no se hubiera resuelto aquel gravísimo problema, no obstante las peticiones de los prelados, teólogos y canonistas que daban la preferencia a las de carácter religiosos.

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En documento de fecha 2 de junio de 1608, el Marqués de Caracena da cuenta al rey Felipe III que de los tres cabecillas de famosos bandoleros moriscos que aun merodeaban por el Reino, con fecha 1 de junio de 1608, llegaron presos a la capital dos de aquellos, uno de Olocau llamado Alonso Mudo, quien opuso desesperada resistencia a su captura por el Comisario Pérez; y otro, Alejandro Asán; detenido por el Comisario Ferrer, oriundo de la baronía de Ayodar, que salteaba e inquietaba toda la zona de Castellón de la Plana y del rio Mijares.

Para ambos reos el virrey asegura a S.M. que hará la ejemplar justicia que se acostumbra en estos casos, si bien expresa sus temores de que puedan “estorbarlo los Inquisidores con su lenidad y procedimientos dilatorios “que estima son tan perjudiciales para el Reino”.

Otro testimonio que refleja “la pasividad de la Inquisición” con los moriscos nos la ofrece una carta fechada en 17 de mayo de 1608, en que el Marqués de Caracena se queja, una vez más,  ante el Monarca por los continuos “entorpecimientos del Santo Oficio para la acción de la justicia” y ofrece como botones de muestra dos casos: el de un morisco de Masalavés llamado Nicolás Rubén, para quien se impidió por los Inquisidores el cumplimiento de la pena de muerte que se le había impuesto; y el otro salteador apodado Chabalot que había robado en el camino un correo real.

Estos y otros casos, -como el de los moriscos condenados por tránsfugas y que retienen aquellos en sus cárceles desde hace mas de tres meses-, vienen a confirmar los temores del virrey de que los delincuentes moriscos “se valían de la Inquisición que les quitaba de la horca y alargaba sus vidas”.

Al lado de estas razones que pudiéramos llamar jurídicas, existían otras que, si bien no caen estrictamente en el campo del Derecho, si, empero, llevaban el sello de lo marcadamente popular. Nos referimos a la aversión y odio que, la mayoría de la población cristiana, sentían hacia los moriscos por causa de su avaricia constante y ansia de acaparamiento de riquezas. Este sentir de la opinión general, transcendió incluso a la literatura, y todos los historiadores españoles, para probar que esta acusación de codicia, de la que el Patriarca Ribera no fue sino un reo, era compartida, tanto entre las clases bajas de la población cuanto entre los hombres mas ilustres, citan, a manera de justificativo,  cierto pasaje del inmortal Manco de Lepanto. Dice, en efecto, de ellos, Cervantes, en él “Por maravilla se hallará, entre tantos, uno que crea derechamente en la sagrada ley cristiana; “todo su intento es acuñar y guardar dinero acuñado”, y, para conseguirlo, trabajan y no comen; en entrando el real en su poder, como no sea sencillo, le condenan a cárcel perpetua y oscuridad eterna; de modo que ganando siempre, y gastando nunca, llegan a amontonar la mayor cantidad de dinero que hay en España; “ellos son su hucha, su polilla, sus picazas y sus comadrejas...; entre ellos no hay caridad ni entran en religión ellos y ellas: todos se casan, todos multiplican, porque el vivir sobriamente aumenta las causas de la generación: no los consume la guerra, ni ejercicio que demasiadamente los trabajes: robannos a pie quedo, y con las frutas de nuestras heredades, que nos revenden, se hacen ricos...”. Claro es que hay que tener en cuenta, observa don Luis Ulloa, que Cervantes, aunque acertado frecuentemente en sus juicios, no era un economista ni un sociólogo, y que en esta ocasión pudo obrar, como alguien ya lo ha dicho, por halago al Duque de Lerma, o, mas en particular el Conde de Lemos, yerno del Duque y gran Protector, como se sabe, del insigne novelista. Y en efecto, agrega Cervantes, a sus acusaciones, estas palabras: “Buscado se ha remedio para todos los daños que has apuntado... (responde el perro Cipión a su colega Berganza), pero celadores prudentísimos tiene nuestra república, que, considerando que España cría y tiene en su seno, tantas víboras como moriscos, ayudados de Dios hallarán en tanto daño, cierta, presta y segura salida.” Con esta frase en la que alude claramente al Duque, prueba que ´él fue el principal autor de la expulsión.

No queremos omitir, por lo curioso, otro testimonio de cuanto venimos diciendo, Es su autor don Francisco de Quevedo, quien, en “El Gran Tacaño”,  refiriéndose a cierta hospedería, dice: “Era el dueño y huésped de los que creen en Dios por cortesía o sobre falso, moriscos los llaman en el pueblo, que aun hay muy grande cosecha de esta gente y de la que tienen sobradas narices y solo les faltan para oler tocino; digo esto, confesando la mucha nobleza que hay entre la gente principal, que cierto es muchas. Recibiome, pues, el huésped, que si yo fuera cura y le pidiera la cédula de confesión; no se si lo hizo poprque le comenzábamos respeto o por ser natural suyo d eellos, que no es mucho tenga mala condiciñon quien no tiene buena ley”.

Comprobamos, por consiguiente, después de los ejemplos citados,  y como una de las razones de la expulsión, el general desagrado con que el pueblo los veía, “porque se han apoderado poco a poco, decían, de todos los estados, de todos los oficios, pues se contentan con salarios menores que los de los cristianos, y sus beneficios quedan acumulados en sus manos”.  “Esto era cierto –dice Boix-, porque no teniendo ya los moriscos, en parte alguna, patria segura, no se adherían jamás al suelo comprando fincas ni ligando sus intereses a los intereses del país”.

Por todo ello no es exagerado el mote de que, ellos eran “la esponja de España”. Y conste que al juzgárseles de esta manera, no se les recriminaba su innato instinto de ahorro, sino el abuso y el exceso de tal instinto.

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