miércoles, 6 de marzo de 2013

EL “CATALÁ GENERÓS” DE VALENCIA



Por Ricardo García Moya
Las Provincias  6 de Octubre de 1997
 Una  simple  coma  puede crear gentilicios. Así,.en el "Catálogo de manuscritos catalanes" (Madrid, 1931) Domínguez Bordona incluye la "Relació de la Germanía" escrita por "Guillem Ramón, catalá generós". !Qué raro!  El hijo del Barón de Planes, villa del Reino de Valencia, proclamaba orgulloso su catalanidad en 1519. Pues no se lo crean, simplemente era una alteración del original (que he confrontado en la Biblioteca Nacional) con la adición de una coma. Más respetuoso, Ximeno dejó en el siglo XVIII esta nota sobre el autor e idioma del manuscrito: "Guillem Ramón Catalá escribió un diario en lengua valenciana" (Escritores del Reyno, Valencia 1747, p.79).
O sea, que "Guillem Ramón Catalá, generós", lo transforman en "Guillem Ramón, catalá generós". EI "generós" era título del Reino que le correspondía por pertenecer al estamento militar. Figúrense si cambiamos la coma a "Bautista Catalán, natural del Reyno de Valencia" (A.C. Aragón, L.630), que perdió la mano derecha luchando contra los catalanes; se convertíría en "Bautista, catalán natural del Reyno de Valencia". De igual modo sería andaluz Francesc Sevillano, de Oropesa, antiguo director del Archiu de la Corona; y serían valencianos los catalanes del siglo XV "Jaume Valencià, de Sant Fruitos; Joan Valencià, de Sant Julia Sassorba, y a la viuda de Pere Valencià, de Vic",  (Canc. 1463,  CSIC,  Barcelona  1975) . Quien incrustó la coma, qué casualidad, fue miembro del Institut d'Estudis Catalans.
En consecuencia, hay que utilizar lupa como hace D. Fernando Lázaro Carreter al criticar a periodistas y literatos, aunque sus dardos filológicos sean agridulces. No dudó, por ejemplo, en señalar a Goytisolo por sus "clichés sintácticos aborrecibles" y usar la forma "andase" en la página 226 de "Estatua con palomas". Denunció la prosa llana de Soledad Puértolas, y los adjetivos gastados de Masoliver; aunque el dardo más doloroso lo lanzó a la californiana que investigó el erotismo hispanoárabe.
Pero el autor de "EI dardo en la palabra" también tropieza. En el "Diccionario de términos filológicos" hay lapsus que hasta la fecha -ocupado en fiscalizar a los demás- no ha enmendado: "En Valencia, el término valenciano, usado alguna vez durante los siglos XIII y XIV, fue abandonado y se prefirió el de lemosín, usado hasta el siglo XIX" (Lázaro Carreter, F.: Diccionario, Madrid 1987, p. 259). La ambigüedad confunde. En primer lugar, el término valenciano referido al idioma no aparece en el XIII (nos gustaría afirmar lo contrario, pero sería mentir). En los "Furs", reflejo del concepto ídiomático de la cancillería real en el XIII, denominan "romanç" a la lengua. El segundo fallo es más grave, pues la afírmación de Don Lázaro Carreter de que el término valenciano relativo al idioma es abandonado después del siglo XIV produce espanto. Y, hasta la fecha, nadie ha protestado.
Ahora comprendemos que el Diccionario de la Real Academia Española, de la cual es director D. Fernando, considere el valenciano como un dialecto similar al bable o al panocho. Los académicos  que  con  tanta  ligereza condenan  la  singularidad de nuestra lengua y firman panfletos en su contra, debieran saber que a partir del siglo XIV y hasta el XX está documentada la constante utilización de los términos "idioma valencià y llengua valenciana" en todos los géneros literarios. Justo lo contrario de lo que enseña este Diccionario a los filólogos de España y América.
Estos conceptos en obra tan utilizada (3 ediciones y 7 reimpresiones) generan que despistados catedráticos de universidades extranjeras aplaudan la inmersión catalana en el Reino. Y hay más detalles inquietantes sobre Don Fernando Lázaro, como la crítica teatral en la que reproducía un texto entrecomillado de Bruniquer -archivero catalán del siglo XVII- con una estridente "amb", desconocida en el Barroco. El académico aragonés olvida que la preposición "amb" jamás fue utilizada por el erudito Bruniquer, y que su implantación actual se debe al capricho normativo del Institut d'Estudis Catalans.
Con errores y abusos, la catalanización avanza. Así, la alteración de topónimos valencianos (Alcoy, Muchamel, Elig...) siempre está basada en el Institut d'Estudis Catalans. Sucede, por ejemplo, con la imposición de Castelló de la Ribera; el Dr. Corominas, en 1980, ya despreciaba el topónimo oficial y en su Diccionario Etimológico utilizaba Castelló de la Ribera. Por su parte, la Enciclopedia Catalana embrolla datos para dar a entender que la denominacíón de "Villanueva de Castellón" tiene origen en el 1731; cuando en carta de 1592  leemos: "Villanueva  de Castellón, la qual ha quatro años que V. M . mandó dar título de Villa" (A.C.Ar., L.651 ).
!Vaya  porvenir!  Mientras defienden, dicen, la cultura valenciana por la patria de Cantinflas; aquí, en el Reino, la catalanización ordena y manda. Ahora mismo, las Universidades de Valencia y Castellón celebran jornadas de Literatura catalana "per a infants i joves", no "pera chiquets y jovens". Por cierto, no lancen dardos con el "pera" (castellano para), pues fue preposición usada desde la Edad Media hasta principios del siglo XX; cuando los del Norte la prohibieron.
                                            


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