sábado, 15 de diciembre de 2012

MISTERIOS DE LA HISTORIA-XIV


Por: Ricardo de la Cierva
Editorial  Planeta
Segunda edición: febrero 1991

 LA REBELIÓN DE LA GENERALIDAD CONTRA LA REPÚBLICA

La historia de Cataluña en el siglo XX parece un campo de minas, plantadas por la propaganda antihistórica del catalanismo con la finalidad de ocultar y manipular la rea­lidad de los hechos. Así se ha ocultado el chantaje que en­sombreció la por otra parte interesantísima trayectoria de Cambó, líder del catalanismo político y su fachada en Ma­drid; se ha escamoteado la rebelión antidemocrática de la Generalidad de Cataluña en octubre de 1934; y se han di­cho todos los despropósitos imaginables sobre el compor­tamiento de Cataluña en la guerra civil española y en el régimen de Franco. Vamos a reencontrar, entre tantos es­combros de historia falsa, el hilo de la verdad, que es bien diferente, y está sobradamente demostrada.

Ya han confluido, en la resaca del Desastre español de 1898, las cuatro corrientes del catalanismo. De momento la derecha catalana trató de cooperar, abnegadamente, a la reconstrucción de España mediante su participación en el intento regeneracionista del general Polavieja, que en­contró en Cataluña un gran respaldo, pero se desvaneció pronto en la frustración. Desde aquella confluencia, el ca­talanismo -guiado por la derecha catalana hasta la Repú­blica, compartido después por derecha e izquierda- es un movimiento general, creciente, anticentralista, sentimen­tal, que no renuncia, sobre todo en lo cultural, al horizon­te separatista, y que poco a poco va arrinconando inexora­blemente a la derecha nacional española en Cataluña, aunque la izquierda resiste mejor sus embates (véase por ejemplo hoy la desmedrada situación del Partido Popular ante Convergencia, a la que en cambio da mucho mejor la réplica nacional el PSOE, aunque en los primeros com­bates de la transición la UCD de Adolfo Suárez llegó a supe­rar en Cataluña al nacionalismo de Jordi Pujol). Madrid sue­le comprender mal a Cataluña; y lo paga bien caro, díganlo los liberales empeñados, a principios de siglo, en promover el radicalismo demagógico y anticatalanista de Lerroux, y el clan andaluz que domina al PSOE actual, conmociona­do, pese a lo que acabamos de decir, por el tirón catalanis­ta del PSC, que ya hace ascos a la E del PSOE.

Solidaridad Catalana fue la conjunción, contra la muy centralista y militarista Ley de Jurisdicciones, tramada por los liberales en 1906, de fuerzas tan heterogéneas como la Lliga -derecha catalana-, la Esquerra y el carlismo de Cataluña, amén de los republicanos federales. Pero den­tro de este catalanismo general, el catalanismo-movimien­to, se han turnado en su dirección primero las derechas, orientadoras del catalanismo político; luego, desde 1931, las izquierdas. Desde principios de siglo hasta 1931 el ca­talanismo fue abanderado por las derechas, la Lliga. Con uno de sus hombres en Madrid -Francisco Cambó, que conectaba con los liberal-conservadores de Maura y con su gran dirigente doméstico, Enrique Prat de la Riba, un ideólogo y gobernante que vertebró el primer sistema auto­nómico catalán desde 1714, la Mancomunidad concedida por decreto de Alfonso XIII a propuesta de Eduardo Dato en 1914- El éxito de la Mancomunidad, en lo administra­tivo y en lo cultural, fue grande; sin que faltasen, durante la hegemonía de las derechas en el movimiento catalanis­ta, imprudencias, verbales y reales, que justificaban en par­te los recelos centralistas de quienes identificaban catala­nismo con separatismo, en una fatal dialéctica de dos minorías mínimas pero peligrosas: los separatistas y los separadores, a quienes se ha referido lúcidamente el pro­fesor Seco Serrano en el citado número de Cuenta y Razón sobre el «Milenario».

La Esquerra catalanista, esa izquierda pequeño-burguesa escindida de la Lliga con motivo de la visita regia de 1904, languidecía hasta que encontró en el ex coronel Francisco Maciá, antes españolista exaltado, pasado al catalanismo radical, un líder quijotesco y carismático, ídolo del senti­miento catalán. La derecha catalanista había respaldado al principio el pronunciamiento dictatorial del capitán ge­neral de Cataluña, don Miguel Primo de Rivera, pero luego se había distanciado de él al comprobar que don Miguel, al frente del gobierno central, incumplía las esperanzas regionalistas que habían puesto en él sus promotores cata­lanes. A1 proclamarse la República, la Esquerra consiguió sorprendentemente la hegemonía del catalanismo, y la con­servó durante todo el período republicano, pese a que la Lliga, dirigida por Cambó, mantuvo una intensa presencia política en conexión con la derecha nacional española. La Esquerra tuvo un primer desliz separatista en abril de 1931, cuando el señor Maciá, sin encomendarse a Dios ni al diablo, proclamó la República Catalana, en sentido federalis­ta, que los gobernantes republicanos corrigieron hábilmente con urgentes viajes a Barcelona, de los que salió confirma­da la República unitaria, aunque con vocación autonómi­ca; y se resucitó la Generalidad de Cataluña, organismo ancestral suprimido por la conquista borbónica del si­glo XVIII. La Generalidad antigua -la Diputación del General- tuvo sentido y alcance administrativo; ahora re­sucitaba artificialmente con dimensión política. E1 sucesor de Maciá al frente de la Generalidad, Luis Companys, come­tió en la noche del 6 de octubre un desliz mucho mayor, que hundió el inteligente compromiso del Estatuto republicano de 1932, defendido brillantemente por Manuel Azaña y mu­cho más coherente que el Estatuto actual. Azaña dejó bien claro que la Generalidad era, por encima de todo, un organismo del Estado español en la región autónoma, aunque atribuyó absurdamente a la monarquía española, creada en buena parte por Cataluña, las frustraciones de Cataluña. Por eso la rebeldía de Companys el 6 de octubre de 1934, cuando quiso reiterar la proclamación de Maciá -proclamó por sí y ante sí el Estado Catalán de la Repúbli­ca Federal Española-, dio la razón a quienes habían su­brayado, desde la derecha, el peligro separatista en el Es­tatuto de 1932. Las derechas habían vencido limpiamente en las elecciones generales de 1933; Companys en Catalu­ña y los socialistas en toda España no acataron este resul­tado democrático y plantearon -separadamente- la re­beldía contra la democracia republicana. La Lliga -el catalanismo de derechas- y la mayoría de los catalanes se avergonzaron de esta rebelión, sofocada por el ejército en esa misma noche. La República de centro-derecha en­vió a la Legión por las calles de Barcelona, y suspendió la autonomía catalana mientras los portavoces del catala­nismo moderado confesaban que Cataluña quedaría sumi­da en la vergüenza durante toda una generación. Hoy al­gunos manipuladores de la historia catalana se empeñan en considerar al 6 de octubre como una fecha gloriosa, cuando fue, en realidad, una vergüenza.

En la revolución catalanista y socialista de octubre que­dó sembrada la guerra civil. En las elecciones de febrero de 1936 venció el Frente Popular en toda España, incluida Cataluña, y Companys con su equipo retornaron al poder tras una temporada de prisión. Las elecciones constituye­ron un colosal pucherazo en el que el Frente Popular transformó su indudable mayoría inicial relativa en mayoría aplastante. La guerra civil española empezó realmente en­tonces, aunque su declaración formal se retrasara hasta el 17 de julio de 1936.

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