martes, 6 de noviembre de 2012

EL `TABAC´ NO PERJUDICA LA SALUD




Ricardo García Moya
Diario de Valencia 16 de Junio de 2002

La Generalitat Valenciana, incansable, acosa a los esco­lares con anuncios en catalán sobre los efectos nocivos del “tabac”, y les aseguro que es falso: ningún “tabac” produ­ce enfermedades broncopul­monares; aunque sospecho que los comisarios olvidan que en idioma valenciano “tabac” es un cesto, generalmente de mimbre, sin rela­ción con los productos cance­rígenos de la “Nicotiana Ta­bacum”. Procedente del ára­be “tabac”, equivalente a “panereta”, dice Corominas que es vocablo “valenciano desde Lamarca, año 1842” (DECLLC); pero no es cierto. Las voces de origen árabe no venían del condado levantino al Reino de Valencia, sino al contrario; el sustantivo lo te­nemos documentado antes de la fecha dada por el despista­dillo etimólogo catalán: “en les mans tenía un tabac” (Co­rella: Obres, 355, h. 1460); “tabacs o paneres” (Pou: Thesaurus, 1575); “en un ta­baquet de faena trobaria tres sous” (Ayerdi: Noticies de Valencia, 1661); “un tabá­quet “ (ACV. Ms. Melchor Fuster, h, 1680); “con la pera en lo tabac” (Escalante: A la vora de un sequiol, 1870); “un tabaquet ple de draps” (Balader: El pare alcalde, 1871); “tabac: cestillo de mimbre” (Escrig: Dicc. 1887). Los valencianos no eran tan brutos como para fumarse el “tabac”, cesta donde el pescador guardaba anzuelos y cebo; o las señoras ponían pan, frutas, flores, aguja e hilos de bordar, etc.
Está claro que el “tabac” no se fumaba, pero la voz “tabaco” tropieza con la consigna catalanera de que una palabra valenciana no puede ser igual a otra española. Los catalanes sí pueden tener en su idioma la voz “patata”, co­mo en español; pero no admi­ten que en valenciano con­servemos la voz “tabaco”, pese a ser la usada por nues­tros antepasados: “no puga vendre lo tabaco, tant de fum com de pols” (Llibre. Estab. Peniscola (sic), any 1698); “pera 1 lliura de tabaco” (Lli­bre de contes de St. Cristofol de Benasal, h. 1760); “no val una pipada de tabaco” (Ga­liana: Rond. 1768); “com el tabaco que nos venen en l’es­tanc” (Coloqui de una valen­cianeta Imp. Mariana. 1854); “de vore en lo meu estanc tan bon tabaco” (Baldoví: Un fandanguet en Paiporta, h. 1855); “tabaco de fum, taba­co de fulla, filipí, negre…” (Escrig: Dicc. 1887). A partir de estas fechas, los sumisos floralistas catalanizaron el vocablo, aunque el pueblo seguiría con la forma genui­na. También el derivado “ta­baquer” diverge del catalán “tabacaire”, siguiendo la ley morfológica que opone a los valencianos pollastrer, peix­cater y creiller, los catalanes pollastraire, pescaire i pata­taire; aunque los del IEC, astutos, están valencianizan­do su morfología como tácti­ca para la total deglución de nuestro idioma (y el bicarbo­nato lo da San Zaplana).
El consumo de “tabaco de pols… para sorberlo por las narices“ (Escrig, 1887), se generalizó en el Reino de Va­lencia, estableciéndose tasas como las que impuso Pe­niscola (sic) en 1698 para al “tabaco, tant de fum com de pols” (Llibre Est. 1 abril 1698). El producto “de pols” tuvo efectos colaterales en la semántica, pues la expresión un “echar un polvo” aludía en un principio a echar “tabaco pols” o rapé sobre la manó para aspirarlo; pero la costumbre de “echar el polvo” en salones retirados, donde los caballeros dialogaban íntimamente sobre lo divino y humano, fue aprovechado para otras actividades. En el XIX, como vemos en versos de Ventura de la Vega, “echar un polvo” adquiría la chocan­te polisemia.
El placer de fumar asociado a un acontecimiento festivo estaba arraigado. En el “Co­loqui de Rafelo de Picasent y Toni de Alcáser” (any 1813), los protagonistas muestran su gozo por la huida de las tropas napoleónicas: “Pues ara fes sis sigarros / y fuma­rem a dos mans, / ya que tenim el tabaco / que casi es pot dir donat”. Toni de Alcáser está exultante por la baratura y abundancia de estos géneros, dando a enten­der que se debía “als ingle­sos”, aliados del Reino de Valencia, que habrían ayuda­do a paliar la penuria posbé­lica: “Lo més barato en lo dia / es el tabaco y lo pa”. Dato interesante es que el sustan­tivo valenciano “pataqueta” se documenta aquí, creo, por vez primera: “sis pataque­tes”.
El texto es rico en léxico del valenciano moderno: no­satros sigam bons, entra en Valencia y vorás, cumplixca, se acachá tot lo mon, chagans y nanos, no els ampara…”. En el coloqui se mantiene aquel topónimo que los mo­zárabes valencianos usaban antes del 1238 (Murvedre. Morvedre, Molvedre); ha­blándonos Toni del “Castell de Molvedre”. Los _arbarismo prefieren Sagunto.
El negocio del fumar gene­ró la aparición de la excitan­te cigarrera que, para los ca­balleros del 1800, equivalía a una empleada de El Corte Inglés para Carraszaplana­cosa. Es curioso la atracción que ejercían las obreras de las fábricas de tabaco para los músicos, dramaturgos y señores de la tercera edad. La literatura valenciana se ocupó del tema desde la ópti­ca de la ironía, opuesta al dramatismo sangriento y taurino de Merimée. En la fábrica de Valencia comenza­ba el espectáculo a la salida en tropel de un pequeño ejér­cito de vociferantes cigarre­ras armando gresca, sudoro­sas y con media teta al aire, después do agotadoras jorna­das. Una cigarrera valencia­na, la SaIá, resumía su Iabor: “Fent puros pasem la vida / fulles y fulles rollant; / nosa­tros els fem, y uns atres / s’els fumen en acabant” (Barber: De Valencia al Grau, 1888).
Primer colectivo femenino del naciente proletariado, las cigarreras estaban orgullosas de la relativa independencia que su estatus social les pro­porcionaba. El sainete valen­ciano ha incidido una y otra vez en el choque entre los calenturientos adultos y el desparpajo de estas trabaja­doras que apenas alcanzaban los 20 años.
En “De Valencia al Grau”, unos carcamales se alborotan ante la salida de “les chiques de la Fábrica de Tabacos” (p. 20), iniciando punzante diá­logo con “les sigarreres”. Una, entre risas, impreca a Colau: “Agüelacho mata pu­ses, tinga entés qu’esta barca te patró”. Al piropo de “coca fina”, otra cigarrera contes­ta: “Coca que no tastará, ni vosté ni el companyero, per­que no tenen quixals”. Los ancianos, embelesados, exclaman: “El _arbar son estes chiques… grahueres”. Con doble sentido, la Salá canta: “Tinc un novio que se fuma / lo milloret de la Fábrica, / y en quant li done a fumar, / de tant gust li cau la baba, / el tabaco danya el pit / y yo dic que aixó… “(p. 23).
Hace meses, el gobierno mandó a tomar por el saco la centenaria Fábrica de Ta­bacos de Valencia, aquella de donde salían las mensuales cigarreras.
Su actividad y puestos de trabajo los trasladaron a otra ciudad más querida por los mesetarios.
Además, nuestra invicta Generalidad ha editado un Vocabulari de _arbarismos donde prohíbe el sustantivo valenciano “tabaco” e impo­ne “tabac”, tal como ordena el IEC.

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