miércoles, 6 de junio de 2012

LA NATURALEZA DEL VALENCIANISMO (y III)



Autor: José Manuel Bou
Extraído de Internet

Uno de los argumentos con los que se ha querido flagelar al valencianismo regionalista ha sido la acusación de ser excesivamente anti catalanista. Así frente a la pretendida “catalanitis” del regionalismo, el nacionalismo valenciano proponía un “valencianismo de construcción” con eslóganes que no fueran contra Cataluña, sino a favor de Valencia. Un enfoque positivo, en lugar de negativo. Esto, en realidad, es una trampa retórica. El nacionalismo se basa en la dialéctica de la eterna reivindicación. Ningún nacionalismo sobrevive a la ausencia de un enemigo, de un agravio que compensar. Es precisamente el patriotismo el que usa la dialéctica constructiva, el que está a favor de sí mismo y no en contra de los demás, porque es el patriotismo la virtud que mueve al sacrificio y a la solidaridad, y es el nacionalismo el vicio que mueve al egoísmo y al complejo de superioridad. Los valencianistas no somos anti catalanes, somos anti catalanistas, no estamos contra Cataluña, sino contra el nacionalismo catalán de extrema izquierda, anti valenciano y anti español, el separatismo imperialista que pretende convertir al Reino de Valencia en Cataluña del Sur. ¿Cómo cualquier valenciano de bien, digno de tal nombre, no va a estar en contra de un proyecto tan lamentable como el de “els països catalans”? Eso no es “catalinitis”, es dignidad. Cuando el nacionalismo valenciano habla de “valencianismo de construcción” en realidad no está planteando una retorica alternativa a la de la reivindicación, solo está planteando un cambio de foco reivindicador, de Cataluña a Madrid, Castilla o, directamente España. Quieren sustituir la legítima lucha contra el catalanismo, fundada en el derecho natural de un pueblo a proteger sus señas de identidad y su prosperidad de los ataques injustificados, por la lucha contra el centralismo borbónico, impuesto desde la batalla de Almansa, es decir, convertirnos en aves carroñeras de la misma especie que los nacionalistas catalanes o vascos y lanzarnos al mercado de las desvergüenzas a pugnar por nuestro trozo de la carroña. ¿Por qué alguien cree que es más “positivo” o “constructivo” reivindicar una competencia autonómica frente al Estado central o una inversión de los presupuestos (que habrá que reivindicar cuando sean justas, como es natural) o copiar la lamentable política lingüística catalana y torturar a los castellanoparlantes, que reivindicar nuestra “dolça llengua valenciana” frente a la imposición catalanista, o nuestra Real Señera Coronada frente a la cuatribarrada? ¿Por qué pelarse por una competencia administrativa, que en nada beneficia a los ciudadanos, es más importante que luchar contra el paro, la corrupción o la inmigración ilegal? Esas son las preguntas a las que no logra responder el nacionalismo.
La pregunta fundamental, sin embargo, que se hace el valencianismo y se debería hacer toda la sociedad valenciana, es la siguiente: ¿Cómo puede la ínfima minoría catalanista, que nunca ha rebasado el 5% necesario para entrar en las Cortes Valencianas o en el Parlamento Español por alguna de las circunscripciones valencianas, imponer por la vía del hecho y, últimamente, la del derecho, su política lingüística y cultural a la inmensa mayoría de valencianos ajenos a los complejos del pancatalanismo? ¿Mediante que combinación de pasividad y traición de la clase política, adoctrinamiento en la educación y los medios de comunicación, y pasotismo de una ciudadanía desmovilizada, se han podido imponer las tesis catalanistas, sostenidas por una minoría antipática a los ojos de casitodos, a los sentimientos mayoritarios de los valencianos?
La clave hay que buscarla en un hecho que suele pasar desapercibido: La lucha antifranquista en Valencia fue financiada desde Cataluña. Contra lo que reflejan las series televisivas de la memoria histórica zapaterista, la lucha antifranquista fue cosa de minorías, no necesariamente democráticas, sino vinculadas al separatismo y al comunismo. El activismo político antifranquista valenciano fue de signo catalanista, al estar financiado desde Cataluña. Esto no tuvo influencia alguna en la sociedad, ajena a todo eso, pero determinó que la clase política izquierdista valenciana, heredera de esa lucha, estuviera contaminada de catalanismo, contra el sentir de la mayoría de sus votantes. Así tenemos una masa social de izquierdas valencianista, pero una clase política, sindical y asociativa totalmente catalanizadas. En parte por ser estómagos agradecidos, en parte porque el enemigo de mi enemigo es mi amigo y en parte por seguir las modas, toda la izquierda valenciana ofende continuamente las señas de identidad valencianas en su orgía de entrega al pancatalanismo. Tanto en la denominación, utilizando el anti-estatutario termino de “país valencia”, como en sus logotipos, utilizando la cuatribarrada en lugar de la señera, todas las formaciones izquierdistas valencianas, partidos y sindicatos, dan la espalda a los símbolos valencianos, con los que se identifican la mayoría de sus afiliados, para acoger los catalanes. Así hacen el PSPV, UGT-PV, CCOO-PV, EUPV, etc. Esto explica que el PP, que por lo menos finge respetar las señas de identidad valencianas (aunque tampoco haga nada por defenderlas), arrase electoralmente, a pesar de los casos de corrupción que lo atenazan.
De este modo, ganar el PSOE las elecciones valencianas y pasar a imponer el catalanismo fue todo uno, creando, de paso, el elemento aglutinador, que dio pie a la formación del movimiento valencianista, como respuesta a las imposiciones catalanistas, no, insisto, frente al centralismo madrileño, sino frente al separatismo catalán, imperialista sobre el Reino de Valencia. De todas formas, si la traición de la izquierda hubiese sido el único problema, hace tiempo que con el desalojo del PSOE del poder en las instituciones valencianas estaría solucionado. Otros dos elementos vinieron a sumarse: la pasividad del PP, convertida en traición cuando Zaplana pactó con Pujol la creación de una Academia Valenciana de la Lengua de mayoría catalanista, para legalizar el catalán que por la vía del hecho había impuesto el PSOE, y la compra-venta de voluntades del valencianismo político, que acabó convirtiendo a Unión Valenciana en un mercado, donde el PP acudía a comprar “valencianistas” cuando alguna operación de imagen así lo aconsejaba. El resultado: las imposiciones catalanistas continúan y el valencianismo destrozado lame sus heridas. Y, en medio de todo eso, como una voz que grita en el desierto, Juan García Sentandreu y Coalición Valenciana siguen restaurando, con su solo ejemplo, la dignidad de un pueblo, que en su ausencia, la tendría perdida. 

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