miércoles, 6 de junio de 2012

LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS (VI)



JUDÍOS ESPAÑOLES EN LA EDAD MEDIA
LUIS SUÁREZ FERNÁNDEZ
EDICIONES RIALPMADRID 1980
CAPÍTULO X

     Abraham Seneor, el Rabino Mayor, y su yerno Mayr Malamed, se bautizaron siendo apadrinados por los propios reyes, y pasaron a llamarse Fernando Núñez Coronel y Fernando Pérez Coronel, respectivamente. Seneor fue luego miembro del Consejo real, regidor de Segovia y contador mayor del príncipe heredero. Isaac Abravanel y los suyos, según dijimos, conservaron su fe. Fernando e Isabel se mostraron generosos: compensaron las deudas que aún tenia con el Fisco aceptando como pago las obligaciones de sus deudores cristianos; sumaban unas y otras más de un millón de maravedis. Además recibió la autorización especial para sacar hasta mil ducados en oro y joyas por el puerto de Valencia. No tenemos noticia de que hubiera resentimiento en su contra por haber decidido permanecer judio. Tampoco hay muestras de mala voluntad contra los que vendian sus bienes, presionados por especuladores y por municipios que pretendian aprovechar la ocasión para robarles. Los bienes comunales de las aljamas pasaban a formar parte del patrimonio real.
     La liquidación de inmuebles y raices fue causa de grandes sufrimientos para los judíos. Hubo, entre los cristianos, modelos de refinada malevolencia, pero también ejemplos de lealtad y de afecto. El 27 de junio de 1492 el municipio de Vitoria recibió oficialmente el cementerio de los judios, comprometiéndose a conservar para siempre, como dehesa y pastos, aquella tierra que conservaba cenizas de varias generaciones. Este es el Judizmendi. La promesa ha sido cumplida hasta hace muy pocos años, en que la comunidad de Bayona ha relevado a Vitoria de su obligación en agradecimiento por los 40.000 judíos que España salvó del holocausto nazi. Por lo demás, la brusquedad del decreto sorprendió a muchos en la doble condición de acreedores y deudores. Muchas fortunas quedaron comprometidas en manos de intermediarios, otras se disiparon. El Consejo real intervino, tratando de jugar papel de árbitro y forzando el pago de las deudas antes de que se hubieran cumplido los plazos, pero era muy poco ya lo que podía lograr. Los banqueros genoveses recogieron la mayor parte del dinero judío transformándolo en letras de cambio.

La salida
     No sabemos cuántos judíos salieron de España en esta emigración que, en la conciencia histórica del pueblo de Israel, tuvo cierto paralelismo con el éxodo de Egipto. Baer ha aceptado la noticia dada por el cronista Andrés Bernáldez que, a su vez, se refiere a apreciaciones dadas por Abraham Seneor y su yerno Mayr: según esto habria 30.000 casas en Castilla y 6.000 en Aragón. Esto daria, como población total, 160.000 personas. Podemos tomar dicha cifra como un máximo posible 7; cuanto exceda de ella debe reputarse como fantástico. Personalmente me inclino a creer, con Ladero, que incluso aquélla debe rebajarse para situarla, en el conjunto del reino, alrededor de los 100.000. De éstos salieron la inmensa mayoria.
     La salida tomó el aire de un gran movimiento religioso, como si los desterrados se sintiesen movidos por la esperanza de que muy pronto hallarían la extraordinaria ayuda de Dios. «Salieron de las tierras de sus nacimientos -dice Bernáldez- chicos y grandes, viejos y niños, a pie y caballeros en asnos y otras bestias y en carretas, y continuaron sus viajes cada uno a los puertos que habian de ir, e iban por los caminos y campos por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros levantando, otros muriendo, otros naciendo, otros enfermando, que no había cristiano que no hubiese dolor de ellos y siempre por do iban los convidaban al bautismo, y algunos con la cuita se convertían y quedaban, pero muy pocos, y los rabinos los iban esforzando y hacían cantar a las mujeres y mancebos y tañer panderos y adufos para alegrar la gente, y asi salieron de Castilla». Oficiales reales acompañaron a algunos de los grupos de emigrantes para defenderlos de los abusos.
     La mayor parte de los judíos castellanos pasaron a Portugal, en donde pagaron ocho cruzados por cabeza a cambio de un permiso de residencia de sólo ocho meses. Una flota de veinticinco buques, mandada por Pedro Cabrón, salió de Cádiz con destino a Orán, pero los viajeros no se atrevieron a desembarcar aquí, temiendo ser objeto de violencias, y pasaron a Arcila, haciendo escalas en Cartagena y Málaga por vientos desfavorables. En dichos puertos algunos se convirtieron. Sólo 700 casas, seleccionadas por la habilidad artesanal de sus componentes, recibieron autorización para fijar su domicilio en Portugal. La gran masa de emigrantes se unió a los que estaban en Arcila para entrar en Marruecos. Los cronistas españoles se complacen en describir las violencias y malos tratos de que estos judíos fueron víctimas. Otros grupos embarcaron en Laredo hacia Flandes, o en Tortosa y Cartagena hacia Italia. Fueron los mejor tratados, porque eran pocos y porque algunos conversos influyentes, como Luis de Santángel y Francisco Pinelo, cuidaron de ellos.
     La lista de abusos sería interminable. Bastan algunas muestras, tomadas al azar. El corregidor de León, don Juan de Portugal, cobró 30.000 maravedís a los judíos por su protección y después se apoderó de todos los recibos de sus deudores. Dos hermanos, Pedro y Fernando López de Illescas, cobraron 6.000 doblas por un viaje a Tremecén que jamás se realizó. Muchos capitanes de barcos vendieron como esclavos en Africa a los pasajeros que transportaban. El 5 de octubre de 1492 Fernando envió a Florencia uno de sus consejeros para que, con discreción, averiguara los robos y violencias de que los judíos habían sido víctimas. A los que regresaban, para recibir el bautismo, les era otorgada la devolución total de bienes por los precios que hubiesen recibido. 

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