martes, 29 de mayo de 2012

JORDI BUS




Autor: Joan Ignaci Culla

No hace mucho nos enterábamos de que el presidente de Estados Unidos, George Bush, otorgaba al pueblo norteamericano la propiedad del espacio aéreo. Sólo él decidiría sobre el universo. Sólo él y debido a sus grandes conocimientos en la materia, así como su demostrada capacidad para discernir entre el bien y el mal –de sobra contrastada–, lo convierten en la persona adecuada para administrar la patente espacial.
Para tomar dicha decisión, no le han hecho falta criterios técnicos, científicos, políticos o incluso jurisdiccionales, ya que Bush está por encima de esas insignificancias. Además, ¿no fue EE. UU. la primera en pisar la Luna, aunque ahora algunos incrédulos se planteen la veracidad de los hechos y se sorprendan cómo después de 30 años, y con los avances tecnológicos actuales, no hayan sido capaces de reeditar dicha hazaña, para darle esa potestad?
Por otra parte, si él se erige dueño absoluto del espacio, sólo él garantizará que se hagan las cosas como corresponden a la categoría del presidente de la nación de naciones. El poder económico y político de la primera potencia mundial quedaría garantizado y salvaguardado de influencias foráneas. Y si alguna nación osara cuestionar la decisión, por ilegítima o contranatural, de forma inmediata se pondría en marcha la maquinaria del chantaje, invasión o incluso negarles el agua si hiciese falta.
A estas alturas, a nadie sorprende que Bush pueda adoptar una decisión como esta, por descabellada que sea. Lo que sí parece es que, como todos los personajes que han querido estar por encima de la realidad, legalidad o del sentido común, se haya podido inspirar en otro, caso por ejemplo de Hitler con Napoleón. En este caso, no es de extrañar que el primer mandatario americano haya querido emular –dados sus buenos resultados–a algún personaje catalanista.
De todos es conocido el arte para apropiarse de las cosas de los catalanistas, de ahí que posiblemente Bush haya aprendido de ellos. El ejemplo más claro, y por lo que concierne a los valencianos, es el de la lengua valenciana. Los catalanes se han erigido como auténticos guardianes de la llave de la cultura, independientemente que la puerta no sea la suya.
No les ha importado apropiarse de una historia y literatura que no les pertenece, ya que ahora ostentan el poder. Con esa decisión, ellos –los catalanes– y sólo ellos decidirán qué es lengua y qué un simple dialecto. No necesitan razones ni históricas ni científicas para legitimar un fraude, cuentan con el chantaje del poder. Y si por alguna razón, alguien les pidiese explicaciones, cuentan con un rosario de incondicionales adictos a la nómina que, por no perder esta, afirmarían en cualquier foro mundial que el sonido que emitían los hombres de las cavernas era catalán, ya que tienen grabaciones sonoras que lo autentifica. Es lo que tiene el poder político y económico, que puede cambiar la realidad y adaptarla a los intereses particulares de quien lo ejerce, sean legítimos o no. Hasta tal punto, que son capaces de transformar un concurso de chistes malos de humoristas en paro en un congreso científico de romanística internacional. Luego con toda su maquinaria mediática ya le darán visos de autenticidad y rigor a las conclusiones partidistas que aprueben. Y sus editoriales los convertirán en manuales pedagógicos obligatorios, con los que seguir lavando de acientifismo dogmático a los alumnos.
Por eso no es de extrañar que Bush, copiando a los catalanistas, pero con más poder, pueda decidir qué es suyo, y qué no, aunque sea algo tan etéreo como la galaxia. Y si en un momento determinado necesita legitimar su decisión, siempre le quedará el recurso de constituir una academia tipo AVL, para garantizarse el éxito de que las decisiones se ajustarán a sus postulados, científicos, claro.

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