viernes, 17 de febrero de 2012

DON JAIME I EL REY QUE FORJO LA ESPAÑA PLURAL (III)



Autor: José Luis Villacañas Berlanga
Universidad de Murcia
Extraído de Internet
3.- Humillaciones iniciales
Pero volvamos a los que le disputaron el trono. Fernando de Montearagón representó en la infancia del rey, y durante mucho tiempo dirigió los intereses de la casta de los ricos hombres aragoneses. Sans representaba la vieja nobleza señorial catalana, repartida en condados que reconocían el de Barcelona como el primero de ellos, pero poco más. Ninguno de ellos lo quiso y por eso Inocencio III tuvo que brindarle la protección de sus templarios en el alto Monzón. Mientras fue niño jamás le fueron leales. Toda la vida del rey está marcada por esta hostilidad inicial, por esta humillación. El rey recordará que tras las cortes de Lleida, camino de Monzón, en 1214, no tenía de qué comer. Todo el patrimonio real estaba incautado, embargado, perdido. Pero con ser pesada, aquella no fue una humillación tan grande como la de Zaragoza, donde el joven rey, de apenas catorce años, junto con su primera esposa, Leonor de Castilla, fue detenido por sus más altos nobles. El joven matrimonio tuvo que ver cómo los hombres de Ahonés pernoctaban en su misma estancia. Allí fue sometido a una presión sin límites. Allí les fueron retirados una vez más sus poderes. Tras aquella humillación, la vida de los jóvenes se hizo imposible. Leonor avanzó sola hacia Las Huelgas, de donde no volvería a salir. Jaume fue todavía durante unos años un juguete en manos de los grandes. Nunca como entonces fue vigente aquella máxima, aquel lamento que recorre la Edad Media: «¡Ay del reino cuyo rey es un niño!».
Las señales no fueron en todo este tiempo sino dificultades. Pero estaban allí para que brillara con más fuerza el milagro de un reinado que, como todo lo propiamente mítico, antes se tuvo que presentar como improbable. Y así fue. Como Federico II de Sicilia, aquel niño llegó a rey por la fuerza de su propia conciencia, de su propia convicción, por el sentimiento íntimo de la realeza que le acompañaba desde el principio. No faltaron sucesores a aquellos dos grandes nobles, ni fue menor su hostilidad al rey. De hecho, esa batalla contra la alta nobleza aragonesa y catalana fue continua a lo largo de su vida. Todas aquellas ingentes dificultades debieron venirle a la conciencia el día postrero de su entrega de poderes a su hijo Pere, en Alzira. Los obstáculos habían sido sobrehumanos, pero él los había vencido todos. Omnis laus in fine canitur, dice el inicio del Llibre del rey. Y añade: «Y así quiso el señor que se verificase en nosotros, cumpliéndose lo que dice el apóstol Santiago, para que hasta el fin de nuestros días se conformasen nuestras obras con nuestra fe». Era, desde luego, la certeza de un triunfador, de un elegido, de un afortunado. 

No hay comentarios: