miércoles, 28 de diciembre de 2011

MISTERIOS DE LA HISTORIA-IX


Por: Ricardo de la Cierva
Editorial  Planeta

Segunda edición: febrero 1991


III.             CATALUÑA: MUCHO MAS QUE UN MILENIO

CATALUÑA COMO PILAR DE LA NUEVA UNIDAD ESPAÑOLA

Gracias a un decisivo impulso catalán hacia la unidad peninsular “los Reyes Católicos inician el gobierno mancomunado de las Coronas de Aragón y Castilla bajo una misma dinastía. Ni nada mas, ni nada menos. Es inútil poner adjetivos románticos a un hecho de tanto relieve. Vista desde el extranjero, la antigua Hispania (de la que aun quedaba separado Portugal) tenía ya una sola voz y una sola voluntad. Y ello bastaba” (Vicens, Aproximación, p. 115).   Es una síntesis admirable de aquella admirable convergencia  que dio origen moderno a la nación española. ¿Fue la unidad una imposición de Castilla? Ya vimos que no; la unidad que fue un impulso de Cataluña. Que lo mantuvo en momentos difíciles: “Un cierto clima de hermandad entre los pueblos reunidos bajo el mismo cetro presidió este gobierno. Es preciso decir que fue mas intensamente sentido en el Mediterráneo que en la Meseta, sobre todo en los años de  la regencia de don Fernando (1504-1516). En todo caso unos y otros se beneficiaron igualmente de la dirección mancomunada de los asuntos bélicos, internos y externos. "Los primeros frutos de la unidad fueron, sencillamente la expulsión del Islam –la conquista de Granada-, la definitiva implantación atlántica española en Canarias, el descubrimiento y adquisición del  milagroso horizonte  de las Indias y la incorporación del reino de Navarra “con la misma modalidad autonómica que había presidido la política integradora de los grandes monarcas de la Casa de Barcelona” (Vicens, pp. 116-117).

En uno de los momentos estelares de su propia historia, y cuando nacían ya, en los albores de la Edad Moderna, las primeras naciones-Estado de Europa, Cataluña no se configuraba como nación, sino que prefería, sin renunciar a su personalidad histórica, fundirse en el ideal espléndido de la incipiente nación española. “La monarquía de los Reyes Católicos –prosigue Vicens Vives- ofreció en principio a todos los pueblos peninsulares idénticas oportunidades en el seno de la nueva ordenación hispánica”. Es cierto que permanecían “las contradicciones existentes  entre los distintos reinos que formaban la nueva monarquía”; pero en medio de la recuperación europea “se produce en España una sensación de bienestar y de riqueza que incluso repercute en la decaída Cataluña” (Vicens, p. 122).   Con una misión y un horizonte universales cristalizaba, década tras década, la unidad de España. “Nadie dudó en aquella época de que el sistema de unidad dinástica, con amplias autonomías regionales, era el mejor de los regímenes posibles para España, ni nadie puso cortapisas al papel preponderante ejercido por Castilla en la política, la economía y la cultura hispánicas” (Vicens, p. 123).

Carlos V y Felipe II consideraron siempre a Barcelona como su gran base de partida para las empresas europeas y mediterráneas. Desde allí envió Carlos I las memorables instrucciones para su hijo, y en las Reales Atarazanas de Barcelona se fraguó la victoria de Lepanto. El hecho de que Barcelona sea la mas importante de las ciudades cervantinas es algo mas que un símbolo quijotesco.  Eulalia Durán, en el número citado de Cuenta y Razón (p. 25 s.),  analiza los admirables intentos catalanes del siglo XVI para reivindicar el nombre y la realidad participada de España, que por desgracia se identifico demasiado con la preponderancia de Castilla. A ella pertenece la cita del caballero Despuig con la que abro este estudio.

La grandeza y luego la decadencia hispánica en el siglo de los Austrias menores, el siglo XVII, provoca las primeras quiebras del ideal unitario. Insisto: la grandeza desmesurada y la decadencia tal vez inevitable y heroica. “Ante ese horizonte los copartícipes en la empresa hispánica de Castilla intuición pesimista. Bajo Felipe IV en conde-duque de Olivares impone la centralización; y compromete, por su fracaso en América, la propia unidad de España.”Es lucidísima esta intuición de Vicens, que reconoce, sin embargo, un enorme acierto de Olivares: fomentar “la inevitable participación de los hombres de la periferia en la colonización americana” (p. 135). Sin embargo el poder central y las inquietudes periféricas –Portugal y Cataluña- hubieran solucionado sus diferencias a no ser por la intervención francesa que apoyó a los rebeldes. Madrid fomentó –de forma suicida- el descontento catalán. “dispuesto a que estallara el polvorín con la esperanza de recoger el poder absoluto una vez que el país hubiera saltado en mil pedazos” (Vicens, p. 135). Con lo que llegamos a un doble punto crítico en el análisis histórico de nuestra trayectoria común: el Corpus de Sangre en 1640; el once de septiembre de 1714. Dos fechas terribles que no destruirán, sino que, confirmarán nuestra tesis fundamental.

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