domingo, 23 de octubre de 2011

LA CUARTA CRUZADA (III)



La Tercera Cruzada había sido considerada un éxito en Europa: el reino de Jerusalén había estado en riesgo de ser aniquilado y los heroicos cruzados lo habían consolidado, si bien había faltado la culminación, que hubiera sido la reconquista de Jerusalén. Poco después de que Ricardo Corazón de León regresara a Inglaterra, un grupo de nobles, principalmente franceses, decidió organizar una nueva cruzada que terminara lo que la Tercera había dejado inconcluso. Entre los más sobresalieron predicando la Cuarta Cruzada estuvo Foulques de Neuilly, que, naturalmente, contó con el apoyo entusiasta de Inocencio III. Sin embargo, la idea no tuvo eco entre los reyes, pues todos tenían entonces sus propios problemas, por lo que los preparativos fueron más difíciles. Se organizó todo tipo de actividades destinadas a recaudar fondos: torneos, festivales, espectáculos, etc. Y finalmente estuvo ya todo listo excepto una cosa: el transporte. Los cruzados acudieron a Venecia. El dux era a la sazón Enrico Dandolo, que debía de tener ya unos noventa y cuatro años y estaba ciego. Los caballeros le explicaron que deseaban sus barcos para viajar a Tierra Santa, pero que apenas tenían con qué pararle. Eso no fue un problema. En la costa oriental del Adriático estaba la ciudad de Zara, que pertenecía a Hungría. Era un buen puerto y Venecia deseaba tenerlo a su disposición. Dandolo ofreció el transporte a los cruzados a cambio de que hicieran una escala en Zara y la conquistaran para Venecia. Se firmó el trato, e Inocencio III, que tenía al rey Emerico de Hungría entre sus aliados, lo condenó en cuanto tuvo noticia del mismo. Esto no impidió que el proyecto siguiera adelante y se puso al frente de la expedición al marqués Bonifacio de Monferrato.

Uno de los nobles que estaba preparándose para partir era el conde Teobaldo III de Champaña, pero murió poco antes de la fecha prevista. Su esposa, Blanca de Navarra, estaba embarazada del que, ya antes de nacer, se convirtió en su heredero, el conde Teobaldo IV. Su madre ejerció de regente bajo la tutela del rey Felipe II.

En 1202 zarpó la flota veneciana con unos treinta mil cruzados a bordo. De acuerdo con lo pactado, las naves cerraron el puerto de Zara mientras los cruzados atacaban por primera vez una ciudad cristiana. Finalmente la ciudad cayó e Inocencio III excomulgó a los cruzados. Luego llegaron a la isla de Corcira, a la que los occidentales llamaban Corfú. Allí recibieron una visita inesperada. El Emperador Bizantino Alejo III Ángelo había derrocado y cegado a su hermano Isaac II, pero respetó al joven hijo de éste, Alejo, al que permitió residir en palacio. Fue un error por su parte, ya que cuando Alejo cumplió los dieciocho años (un año antes de que partiera la Cuarta Cruzada) logró escapar de Constantinopla y terminó encontrando a los cruzados en Corfú. Allí les propuso que, igual que habían tomado Zara para los venecianos, podían tomar Constantinopla para restaurar a su padre, el Emperador legítimo. La idea entusiasmó a Enrico Dandolo. Se decía que su ceguera la había causado el Emperador Manuel I, que lo había hecho prisionero años antes y lo había torturado concentrando la luz solar en sus ojos con un espejo cóncavo. Es probable que esta historia fuera un invento para justificar el ataque a Constantinopla, pues lo cierto es que los venecianos tenían un buen motivo para acometer la empresa: recordaban perfectamente la matanza de sus compatriotas ordenada por Manuel I, unida al considerable perjuicio económico que supuso para la república su expulsión de la capital bizantina. La vehemencia de Dandolo y las recompensas prometidas por Alejo convencieron a los cruzados, así que la expedición modificó su destino.

Ese año murió el rey Canuto IV de Dinamarca y fue sucedido por su hermano Valdemar II. También murió el rey Sverre de Noruega, que fue sucedido por su hijo Haakon III Sverresson. Cambió la política de su padre de oposición a los obispos y puso fin a las discordias religiosas.

Al duque de Polonia Leszek el Blanco le surgió un rival: Ladislao III, sobrino del duque Ladislao II.

El obispo de Livonia Alberto de Buxhövden tenía problemas para convencer a los livonios paganos para que abrazaran el cristianismo, así que decidió emplear métodos más persuasivos. Trasnformó una orden religiosa que había fundado tres años atrás en Bremen en la orden militar de los Hermanos de la Milicia de Cristo, que fue más popularmente conocida como la Orden de los Caballeros Portaespadas, debido a que sus miembros llevaban una capa blanca con dos espadas rojas cruzadas. Copiaron la organización de los Templarios y adoptaron la regla cisterciense. Su primer gran maestre fue Winno von Rohrbach, que se dedicó a erradicar el paganismo erradicando a los paganos.

Un matemático pisano de veintisiete años llamado Leonardo Fibonacci publicó el Liber abbaci, el primer tratado de matemáticas de Occidente. En él recopiló todas las enseñanzas que había adquirido en sus muchos viajes a los territorios musulmanes. Su obra contribuyó decisivamente a la difusión en Occidente del sistema de numeración arábiga, el cual presentó junto con aplicaciones a numerosos problemas.

En León, el rey Alfonso IX ocupó las fortalezas que su padre había cedido a su madrastra, Urraca, la cual seguía viviendo en Castilla.

El kan mongol Timuyin venció a los tártaros.

Mientras tanto un noble francés acudió con una queja al rey Felipe II de Francia. El rey Juan sin Tierra había repudiado dos años antes a su esposa Isabel de Gloucester para casarse con Isabel de Angulema, heredera del condado de Angulema, estratégicamente situado al norte de Aquitania. La prometida tenía entonces trece años (y Juan treinta y tres). La boda se celebró precipitadamente para que ambos esposos pudieran ser coronados juntos como reyes de Inglaterra. Pero sucedía que la joven Isabel había estado prometida a un miembro de la familia Lusignan, quien se sintió agraviado y, como Juan sin Tierra no tuvo el detalle de ofrecerle compensación alguna, apeló finalmente a su rey. Felipe II no dejó pasar la ocasión. Como duque de Normandía, conde de Anjou, etc., Juan sin Tierra era vasallo de Felipe II, por lo que éste, considerando que se le requería como árbitro de un "típico" conflicto entre vasallos, ordenó a Juan que compareciese ante él para prestar declaración. Naturalmente, Juan sin Tierra no acudió. Su calidad de rey de Inglaterra se lo impedía, y Felipe II lo sabía de sobra, pero técnicamente esto ponía a Juan en situación de desacato, lo cual legitimaba al rey para privarlo de todos los territorios que Juan poseía como vasallo suyo, es decir, toda la parte continental del Imperio Angevino. Naturalmente, esto no significaba nada si no ocup
aba efectivamente los territorios, pero eso era precisamente lo que Felipe II pensaba hacer, ahora que tenía una excusa perfecta.
Felipe II atacó los dominios franceses de Juan sin Tierra, después de haber proclamado sonoramente que el derecho estaba de su lado. Juan no tuvo más remedio que luchar, y se encontró con dificultades, pues sus súbditos ingleses eran cada vez más renuentes a embarcarse en guerras al otro lado del canal, en lo que empezaban a considerar territorio extranjero. En 1203 tuvo que acudir a liberar a su madre Leonor de Aquitania, que estaba sitiada en Mirebeau. El ejército francés estaba dirigido por su sobrino Arturo de Bretaña, y Juan no sólo liberó a su madre, sino que apresó a Arturo. Lo encarceló en Ruan y nunca más se supo. Felipe II se apresuró a difundir la noticia de que Juan había asesinado al legítimo rey de Inglaterra, y esto bastó para que muchos vasallos de Juan se pasaran al bando del rey francés.

A continuación Felipe II puso sitio al inexpugnable Château Gaillard, construido por Ricardo Corazón de León. Usó catapultas para tratar de demoler sus murallas, arietes para tratar de abatir sus puertas, construyó túneles bajo las murallas apuntalados por vigas de madera y luego hizo quemar las vigas para minar sus cimientos, hasta envió soldados por un conducto de desagüe con la esperanza de que pudieran abrirse paso hasta el interior, pero el castillo superó las expectativas con las que había sido construido. Nada dio resultado, pero el asedio continuó inquebrantable.

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