miércoles, 3 de agosto de 2011

MISTERIOS DE LA HISTORIA-VI


Por: Ricardo de la Cierva
Editorial  Planeta

Segunda edición: febrero 1991


III.               CATALUÑA: MUCHO MAS QUE UN MILENIO


EL NACIMIENTO DE CATALUÑA

Jaime Vicens Vives esboza en varios puntos de su libro Aproximación a la historia de España  (Barcelona, 1962), el nacimiento de Cataluña, no de la nación catalana. Por supuesto que lo que se conmemoró en 1988 no es el milenario de Cataluña, que en el año 988 no surgió ni como realidad histórica ni siquiera como nombre; faltaban siglos para el nombre y la entidad que conocemos como Cataluña, tampoco brotó formalmente en un momento dado, sino como una confluencia –muy posterior- de carácter dinámico, sin punto fijo para el arranque. Vayamos a Vicens:

1.      La reivindicación hispánica en el Cantábrico:  “Astures y Cántabros, que siempre habían sido grupos mas reacios a ingresar en la comunidad (romana) peninsular, se erigieron en continuadores de la tradición hispánica” (Vicens, p. 60). La resurrección de esa tradición hispánica es, por lo tanto, anterior al nacimiento de Cataluña; y virtualmente simultánea con el brote de independencia asturiana contra el Islam invasor, como ha demostrado Sánchez Albornoz. Y es que conviene estudiar siempre la historia de Cataluña donde realmente se desarrolla desde principio a fin: en su contexto hispánico.
2.      La síntesis europea e hispánica del embrión catalán.  Pero la resistencia, la reacción y la recuperación hispánica surgieron también en los Pirineos orientales, sobre lo que sería solar catalán. Por impulso también europeo: “Carlomagno incorporó a su imperio los condados catalanes surgidos en el curso de sus campañas entre 785/801, los que fueron englobados en un cuerpo político mal definido, llamado Marca Hispánica” (Vicens, p. 62). 
3.      Ese cuerpo mal definido, ¿era algo semejante a una nación?  De ninguna manera: los núcleos hispánicos de resistencia eran, “desde Galicia a Cataluña, simples islotes-testimonio ante la marea musulmana” (Vicens, p. 59).
4.      La dependencia catalana de Francia –que no se dio en el reino de Asturias- se trasluce en la ausencia de un reino catalán; jamás existió un rey de Cataluña. Incluso cuando se produjo la “desobediencia” del conde Borrell –que ahora se pretende conmemorar- estamos dentro del periodo de dependencia señalado por Vicens.
Pese al establecimiento de una dinastía condal propia en Barcelona, por obra de Wifredo el Velloso (874-898), él mismo descendiente de Carcasona (en el Languedoc), es evidente que durante dos centurias  los condados catalanes latieron al ritmo de Francia” (Vicens, p. 62).
5.      La Cataluña originaria (que no se llamaba todavía Cataluña) no era nación, sino, políticamente, conjunto de divisiones administrativo-militares (condados no unificados), aunque también, genéricamente, un pueblo que iba alumbrando –en su dependencia de Europa y su lucha contra el Islam- profundos rasgos originales de personalidad. Lo mismo que Castilla,  que por cierto parece significar lo que Cataluña, y nacía casi a la vez que su hermana pirenáica, europea y mediterránea. “Es la época del obispo Oliba cuando cristaliza definitivamente la conciencia catalana de formar una personalidad aparte. Una generación mas tarde, el conde barcelonés Ramón Berenguer I el Viejo (1035-1076) definiría, en el famoso Código de los Usatges, el carácter jurídico y social peculiar del país” (Vicens, p. 68). Pero Capdeferro, que ha arrinconado con toda razón algunas persistencias sobre Wifredo el Velloso, a quien la leyenda catalanista quiso hacer el creador de Cataluña, se apoya en las investigaciones de Fernando Valls Taberner para retrasar la conformación propiamente dicha de los Usatges, hasta el siglo XV, cuando se tradujo al catalán la compilación hecha en el siglo XII bajo Ramón Berenguer IV (op. cit., p. 47).  
6.      En todo caso, la demasiada famosa desobediencia del conde Borrell II en 988 no inició, como se pretende conmemorar en el exagerado “milenario de Cataluña, un periodo soberano, ni menos nacional del que mucho después  se llamaría no reino, sino principado de Cataluña. Ya hemos visto cómo, según Vicens, continuó de iure la dependencia de Francia en el caso del principal de los condados catalanes; pero es que además existían otros fuera de la órbita de Barcelona, durante siglos. Y encrespadas las relaciones institucionales (no formalmente rotas) con el rey de Francia, “no existía aún, dentro de la propia Cataluña (que tampoco existía como tal) el poder superior que pudiese sustituir al rey de Francia; precisaba buscarlo fuera” (Soldevila, Síntesis de historia de Cataluña,  Barcelona, Destino, 1973, p. 62). Ese poder soberano superior era la Santa Sede, a la cual se enfeudaron los condes de Barcelona, por ejemplo Ramón Berenguer III el Grande (1096-1131).
7.      Conviene insistir en la aparición simultánea de Castilla y Cataluña:  “He aquí un momento transcendental en el porvenir peninsular. Aparece ahora realmente Castilla en la historia. El pueblo castellano –de sangre vasca y cántabra- se configura en una sociedad abierta, dinámica, arriesgada, como lo es toda estructura social en una frontera que avanza.” (Vicens, pp. 68/69.) Nace así, paralela a la personalidad de Cataluña, la personalidad de Castilla, con el mismo nombre, con el mismo horizonte, con la misma lucha, con el mismo destino.
8.      La Corona de Aragón. ¿Dónde està hasta ahora la nación catalana?  Vivían los condados catalanes, aun después de la presunta independencia de uno de ellos, bajo una distante soberanía francesa (Vicens, p. 79) cuando van a integrarse en su primera realidad estatal propia que no es un Estado catalán sino la gloriosa Corona de Aragón. La presión expansiva de Castilla, la remota soberanía francesa –en competencia con la mas efectiva del papa- y la discreta, pero resuelta actitud de la Santa Sede, “echaron a los aragoneses en brazos de los catalanes” y “obligaron en cierta medida a la aceptación de esta fórmula de convivencia” (Vicens, pp. 78-79).

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