sábado, 6 de agosto de 2011

LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS (I)


JUDÍOS ESPAÑOLES EN LA EDAD MEDIA
Autor: Luís Suárez Fernández
EDICIONES RIALP MADRID 1980
CAPÍTULO X
Las hipótesis explicativas
    La comprobación de los datos que en capítulos anteriores hemos tenido ocasión de exponer, sume a los historiadores en la mayor perplejidad. Los Reyes Católicos, protectores de los judíos, fueron al mismo tiempo los que desencadenaron la inexorable «solución final». Es indudable que si Fernando e Isabel hubieran muerto en 1491 la fama que aún les rodea en las juderías del mundo entero sería completamente distinta. ¿Cómo es posible una actitud tan contradictoria en los mismos soberanos? Recientemente Netanyahu 1 ha elaborado la hipótesis de que Fernando tenía un designio preconcebido de expulsión que estuvo ocultando cuidadosamente hasta que halló la oportunidad de ejecutarlo. Pero esto se contradice con toda nuestra experiencia de su reinado y, también, con el paulatino desarrollo de las medidas coercitivas.
     Antes de proceder a la narración de los hechos, en la forma en que se reflejan a través de documentos, a quienes corresponde la última palabra, es importante que examinemos las principales hipótesis que se han presentado.
     Una opinión tradicional, nacida a principios del siglo XIX, pero que todavía se repite en algunos manuales y libros de divulgación, acusa a los Reyes Católicos de codicia. La Expulsión, de acuerdo con ella, obedecía al deseo de robar los bienes de los judíos. Sabemos que tales bienes eran escasos. Los únicos israelitas ricos los conservaron porque recibieron el bautismo o, como en el caso de Abravanel, obtuvieron un permiso especial para llevárselos. Hubiera sido como matar la gallina de los huevos de oro: los judíos, trabajando y ahorrando en Castilla para pagar elevados impuestos, valían infinitamente más que los despojos que quedaron tras ellos. Por otra parte, Fernando e Isabel insistieron repetidas veces en el perjuicio económico que la medida a adoptar significaba, pero afirmaron que preferían el «gran bien» de la religión a cualquier otro. Ya no había grandes empresarios judíos. Ladero ha podido demostrar que, en todo el siglo XV, jamás rebasan los arrendatarios judíos el 2S por 100 de la imposición y, normalmente, arrendaban porciones mucho más bajas. Desde hacia tiempo los conversos habían sustituido a los judíos.
     Recientemente Haliczer 2 ha modificado esta hipótesis en otro sentido: los Reyes Católicos, que se vieron obligados a apoyarse en el patriciado urbano para su tarea de gobierno, fueron obligados a hacer una concesión decisiva a este sector social, adoptando una politica antijudia. Pero esta presunción se basa en premisas falsas. No es cierto que los Reyes Católicos se apoyasen en las ciudades; los estudios más recientes demuestran precisamente lo contrario. Fuera de la nobleza, verdadera y principal colaboradora del régimen, y de la Iglesia, sometida a control, sus apoyos eran los grandes financieros, que escapaban al gobierno ciudadano, y que eran cristianos, conversos y, en una parte muy pequeña, según hemos visto, judíos. Para estos últimos el judaísmo no podía ser problema. Las ciudades son el elemento débil dentro del sistema político entonces creado. Como observa con agudeza Kriegel sería absurdo pensar que estas ciudades, que nunca consiguieron que se cumplieran las promesas de poner términos a la Hermandad, hayan poseído la fuerza suficiente para lograr la expulsión de los judíos. La hostilidad a los judíos estaba circunscrita al ámbito de los gremios menores de artesanos y no era universal.
     Para H. Kamen, «la expulsión de los judíos representó la victoria de la nobleza feudal sobre la clase más identificada con el capitalismo comercial» 3. Frase rotunda y bella, pero que se contradice con algunas cuestiones importantes y, en primer término, con lo que Eliyahu Capsali recogió de labios de los propios desterrados, los cuales dijeron que la expulsión había desagradado a los magnates. Algunos grandes señores pretendieron recabar excepciones para los judíos habitantes en sus dominios, porque necesitaban de ellos para la administración del territorio. Los maestres de Alcántara y de Calatrava sostenían a sabios judíos en su Corte. En el brillante círculo que Beltrán de la Cueva sostiene en Cuéllar abundan los judíos; algunas veces, con escándalo de los inquisidores, aquellos caballeros que presumían de ilustrados acudían a la sinagoga para escuchar las predicaciones del rabino Samuel, que era médico de don Beltrán.
     La idea sustentada por Américo Castro de que existiese un clamor popular contra los judíos, debe matizarse. La hostilidad, según hemos venido exponiendo, fue más evidente en los sectores inferiores de la sociedad que en los otros, más elevados. Pero es difícil ignorar que hubo manipulaciones externas. Los apasionados perseguidores no nacen de la entraña de la sociedad sino que se sitúan, como agitadores, por encima de ella.
     Ahora bien. Desde 1480 existe un programa de represión de la influencia religiosa de los judíos, el cual, al aplicarse por etapas, condujo, finalmente, al destierro. No quiere esto decir que la expulsión estuviese prevista de antemano; es más probable que se ofreciese como único medio en una etapa avanzada. Tras el programa se adivinan fuertes presiones sobre los reyes, ante las cuales éstos ceden terreno paso a paso. Entonces, ¿de dónde parte el impulso? Para M. Kriegel como para H. Beinart, que representan escuelas de investigación israelitas de Haifa y de Jerusalem, respectivamente, no hay duda: es la Inquisición, que denuncia desde el primer momento el peligro en la forma en que aparece en el decreto de 31 de marzo, que impone luego la expulsión parcial, de Andalucía, y que arranca por último a Fernando e Isabel la decisión final. Pero esta nueva Inquisición ya no es un órgano de la Iglesia, sino un instrumento político creado precisamente por los Reyes Católicos al servicio de su concepción del Estado. Cabe dentro de lo posible que su establecimiento fuese ya una concesión a las demandas hechas. Pero todo ello nos conduce al análisis de un concepto de Monarquía que se inscribe en un «máximo» religioso.

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