martes, 3 de mayo de 2011

MISTERIOS DE LA HISTORIA-III


Por: Ricardo de la Cierva
Editorial  Planeta

Segunda edición: febrero 1991


III.               CATALUÑA: MUCHO MAS QUE UN MILENIO


HISTORIADORES EMINENTES CONTRA EL MILENARIO

Otros medievalistas eminentes se muestran escépticos en torno al presunto Milenario de Cataluña. Algunas de sus opiniones se recogieron en el número 36, abril-mayo de 1988, que la revista Cuenta y razón, nada hostil, por cierto, al catalanismo, publicó bajo la rúbrica general “Cataluña: mil años”. Así el profesor José Angel García de Cortazar cree que el milenario es “una expresión demasiado redonda para que no se trate de una “convención” (p. 33). Y opta por retrasar la fecha por lo menos hasta el 1144-1149, o sea siglo y medio, lo cual, naturalmente, resulta demasiado para los propósitos políticos del milenario urdido por el señor Pujol y sus asesores. El profesor Josep M. Salarich, catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Barcelona, se muestra todavía mas escéptico. “En cualquier caso –dice- nos parece que no cabe buscar respuesta a la carta de Hugo Capeto o interpretar la no respuesta de Borrell como un acto de independencia política” (p. 53). El profesor Jaume Sobrequés Callicó, catedrático de Historia de Cataluña de la Universidad Autónoma de Barcelona, es todavía mas contundente. “Esta falta de matizaciones contribuye a que la legítima voluntad política de los grupos dirigentes enmascare algo la realidad histórica y a que amplios sectores de la opinión pública catalana, como ya sucedió en los tiempos no lejanos en los que florecía la historiografía romántica, reciban un mensaje sobre el pasado colectivo plagado de afirmaciones inexactas e imprecisas. Creo poder afirmar sin temor a equivocarme que habría sido históricamente mas riguroso aprobar, por ejemplo,  que se deseaba conmemorar, tomando como pretexto una fecha puramente convencional, el arranque del proceso de construcción de un futuro estado soberano”.

En su estudio, que es un verdadero dictamen, el profesor Sobrequés recuerda que “Cataluña no existía en el momento de producirse el cambio de milenio”, porque no había ni un territorio unificado ni una conciencia de pertenecer a una unidad, ni una voluntad colectiva nítida ni difuminada tampoco de querer vivir juntos (p. 56). Los nombres catalán y Cataluña no se han podido documentar antes del siglo XII, y hasta el XIV no apareció el término “principado de Cataluña”. Luego se centra Sobrequés en la negativa del conde Borrell, dada por supuesta por muchos historiadores “no sin cierta ligereza”, a responder a la carta del rey de Francia; y además “que el comportamiento político de Borrell no estaba inspirado por la voluntad de distanciamiento del monarca franco, y por tanto no tenía motivaciones independentistas, es algo que se hace evidente, como ha indicado el gran historiador catalán Ramón d’Abadal, en el hecho de que, tras la referida toma de Barcelona por Almanzor,  el conde barcelonés, tratando de rectificar su política de amistad con la corte musulmana de Córdoba, reorientase su diplomacia en el sentido de acercarse de nuevo a la monarquía francesa. Borrell no podía desconocer que este camino no sería viable sin mediar la ratificación de juramento de fidelidad política al que estaba obligado. Sobrequés se apoya en Abadal y en Rovira: “En verdad no hay un hecho histórico concreto que sea punto de partida de la independencia catalana” (p. 58). Y luego explica atinadamente el tratado de Corbeil entre Jaume I el Conquistador y san Luís de Francia, en mayo de 1258, cuando los condados de la Marca Hispánica, unidos “a la Corona de Aragón, perdieron real y jurídicamente su dependencia del reino francés. Y concluye Sobrequés su magistral alegato con estas palabras, que cierran también para nosotros el problema: “No es, pues, históricamente correcto atribuir a Borrell II ni la voluntad bien definida de independizar sus condados de la monarquía franca ni el deseo a negarse a prestar el juramento de fidelidad a Hugo Capeto, porque, como ha escrito Rovira, el abandono de las negociaciones iniciadas entre Hugo Capeto y Borrell II aparece debido, mas que a una problemática resistencia del conde catalán a prestar homenaje al rey francés, al hecho de haberse producido en Francia la guerra dinástica”.

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