lunes, 17 de enero de 2011

LA EDAD MEDIA EN LA CORONA DE ARAGON (I)


Extraido de:
La Edad Media en la Corona de Aragón de Andrés Giménez Soler

Reinado de don Jaime el Conquistador

Don Jaime fué, según lo retrata Desclot, que lo conoció, un palmo más alto que el hombre más alto de su tiempo, rubio de pelo, blanco de cutis, de ojos negros, grueso a proporción de su altura, derecho y gallardo: era un hombre guapo y sabía que lo era.
Fué muy mujeriego; los cronistas lo excusan diciendo que más que solicitar él, era solicitado.
Casó tres veces o tuvo tres mujeres legítimas: doña Leonor de Castilla, doña Violante de Hungría y doña Teresa Gil de Vidaurre. Con la primera contrajo matrimonio muy joven, casi en la pubertad, a los trece años, y tuvo con ella un hijo llamado Alfonso; pero hastiado muy pronto la repudió alegando parentesco; volvió a contraer matrimonio con doña Violante de Hungría, con la que tuvo tres hijos y tres hijas, y muerta esta señora solicitó de amores a una dama principal aragonesa llamada doña Teresa Gil de Vidaurre, la cual no accedió a sus deseos si no se legitimaba la unión por el sacramento ante la Santa Madre Iglesia, y don Jaime casó con ella en secreto. Atacada de lepra esta señora, quiso separarse de su mujer y volver a casar, pero doña Teresa recurrió a Roma probando ser mujer legítima, ocurriendo entonces el caso de cortar el rey la lengua al obispo de Gerona, Berenguer de Castellbisbal, que dícese violó el secreto de confesión afirmando la legitimidad del matrimonio, por habérselo confesado el propio rey. Este hecho parece del todo cierto: Zurita lo consignó en la primera edición de sus Anales, la impresa en 1562 por Pedro Bernuz, sucesor de Jorge Cocci, que es rarísima, si bien lo suprimió en la de Portonariis, o segunda (1579); el barón de Tourtoulon, en su obra Jacques I le Conquerant, lo admite.
De estas tres esposas, la primera fué una santa mujer que al ser abandonada en 1229 se retiró a un convento; la segunda dominó por completo al rey y fué madrastra del primogénito Alfonso y madraza de sus hijos, siendo causa de grandes y largos trastornos; la tercera cumplió su papel de reina secreta.
En sus últimos años tuvo por amiga a doña Berenguela Alfonso, de la familia real castellana, rama de don Alfonso el de Molina, de la que salió la mujer de Sancho IV.
Hombre de poca intensidad de afectos fué mal marido de sus mujeres y mal padre de sus hijos: al primogénito, al nacido de doña Leonor de Castilla, lo persiguió sañudamente, estimulado por doña Violante, que quería favorecer a sus hijos en perjuicio del de la castellana; consintió que Pedro, el mayor de los de la hungara, matara en el Cinca a su hermano bastardo Pedro Sánchez, y según la Crónica que corre bajo su nombre, se alegró de la muerte; en sus últimos años fué desobedecido por el que había de sucederle en el trono.
Vivió en lucha constante con sus súbditos por su imperialismo nacido de su vanidad. A ésta sacrificó los intereses de la nación.
Fué un hombre sin cultura; se conservan de su tiempo millares de documentos originales y ni uno solo signado de su mano, ni uno con probabilidad autógrafo.
Y sin embargo, gran parte de la fama de que goza proviene de creerle autor de una historia de su reinado, llena de anécdotas en las que habla el propio rey. Tal crónica no era suya, y muy vesosímilmente es traducción al catalán de una historia latina escrita por un dominico por encargo del propio rey.
Don Jaime careció de sentido político; tuvo una mezquina visión de la monarquía, no la vió entera y una como sus antepasados y, después de él, su hijo; es el hombre de los límites y de las recortaduras.
No fué militar precavido : al emprender sus conquistas desconocía las fuerzas de los enemigos, y las campañas le resultaron bien no por él, sino por la debilidad de aquellos a quienes combatía.
La causa de todos estos defectos es, en primer lugar, su carácter ligero, débil con los fuertes, fuerte con los débiles, altanero y convencido de su valer. Pero influyó mucho en exagerar este carácter su educación.
El pobre don Jaime fué separado de su madre muy niño y entregado a Simón de Montfort, que lo puso en Carcasona en manos mercenarias; a los seis años, y por reclamarlo los aragoneses al Papa, lo entregó el vencedor de Muret al cardenal legado que lo trajó a Lérida, donde juraron tenerlo por su rey y señor catalanes y aragoneses reunidos en asamblea; para tenerlo bajo custodia segura, encomendáronlo a Guillermo de Mondredón, Maestre de los Templarios, que lo encerró en el castillo de
Monzón y aquí pasó el resto de su niñez; pudo salir de su verdadero encierro favorecido por algunos caballeros de Aragón y se refugió en Huesca; tenía diez años, pues ocurría esto en 1216. A partir de este momento no tubo vagar suficiente para instruirse ni en la lectura y escritura ni en otra clase de saber más elevado; por otra parte se acostumbró a mandar y a ser obedecido y a obligar a que le obedeciesen. El acatamiento de los humildes, sus fáciles triunfos, corroboraron la obra de la naturaleza.

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