martes, 21 de diciembre de 2010

LA CONCIENCIA EUROPEA EXCLUYE LOS NACIONALISMOS


Autor: Juan Ferrando Badia (q.e.p.d.)


La estructura de la conciencia europea está integrada por un conjunto de factores que tienen su origen en el Mare Nostrum: el racionalismo griego, el espíritu jurídico y político de Roma y la moral cristiana en cualesquiera de sus versiones o cristalizaciones históricas, como, por ejemplo, el acervo cultural y moral protestante. Otros factores han influido también decisivamente desde el siglo XV en la configuración actual de la conciencia europea, como el Renacimiento, la revolución liberal inglesa (1688), la francesa (1789) y la revolución industrial y capitalista y su reacción, el marxismo. De ahí que la estructura de la misma sea el producto decantado de todos estos ingredientes. Pero la nota esencial de la conciencia europea es una resultante de los factores helénico, latino, y cristiano.
El filósofo Mounier -desde una perspectiva cristiana y culturalista- ha querido sintetizar la idea radical de la cultura europea en una palabra: personalismo. Se trata, según él, de un personalismo teológico y humano: Dios concebido como persona trascendente al mundo. Y el hombre como una persona que trasciende a la sociedad y al Estado.
De esta concepción personalista del hombre -como ser abierto al mundo y a los otros hombres, pero sin que su apertura quede con ello agotada- se derivará, como lógica consecuencia, en el campo político, la idea de la organización democrática entendida como diálogo. La democracia es un diálogo, una intercomunicación de seres humanos. Es consustancial al hombre y, más aún, al hombre europeo, heredero inmediato de la triple herencia helénico-latina y cristiana.
Pero la herencia marxista ha impregnado a este humanismo, que podríamos calificar de cristiano, de una nueva dimensión: no podrá darse un humanismo integral basado en principios filosóficos, abstractos; ha de comenzar estando al ras del suelo. La libertad, en tanto será capacidad de elección en cuanto exista tal capacidad. Un hombre no puede ser libre política, cultural y religiosamente mientras se halle encadenado económicamente. Las naciones europeas están transidas de esta cultura.
Si se quiere salvar la existencia histórica y cultural de Europa, teniendo en cuenta el contorno cultural que la circunda en nuestros días, se ha de saludar satisfactoriamente todo intento de realización de su unidad política, pues ello reforzará y coadyuvará a mantener su libertad de independencia.
Opinamos con Villey que una Europa dividida sería hoy día una Europa incapaz de salvar su legado cultural y su independencia. Puede tener fuerza propia. Pero la futura creación de los Estados Unidos de Europa, de una Europa federada políticamente no tiene por qué segregar un nacionalismo europeo. En la época de la futura planetarización política, los nacionalismos deben quedar marginados.
De ahí que Europa haya de estar presta para acoger en su seno a todos aquellos países que, hasta hace poco, han permanecido más allá del "telón de acero", ya que su destino geográfico e histórico reclama su presencia en el seno de la familia europea. Este camino sólo podrá comenzarse, y avanzar en él, acentuando los intercambios comerciales y los contactos culturales e ideológicos. La confluencia en el marco de la economía podrá traer aparejada una analogía de estructuras políticas.
Pero, como fase previa para que se llegue a esta posible unión de todos los Estados netamente europeos -la confederación europea de 24 ó 30 países, según J. Delors- en una comunidad superior, es necesario que los países del llamado "mundo occidental" se integren políticamente, y que los miembros que componen Europa se pongan de acuerdo para crear la Europa política por todos deseada.
Y todo ello resulta difícil, ya que entre ellos no existe un denominador político común: la ideología democrático-liberal. Esta ideología es el fundamento mismo de la super-estructura político-institucional en una Europa traspasada de federalismo cooperativo.
..:Diario de Valencia:..

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