jueves, 9 de septiembre de 2010

LOS MOZÁRABES VALENCIANOS (y XII)


Autor: Roque Chabás
Madrid 12 de Diciembre de 1890.


También fue trascendente, unos siglos antes, la supuesta mezcla de los cristianos norteños con los bereberes, a lo mejor ancestros de los pasiegos de la Montaña, los maragatos de León y los charros de Salamanca, la comprobada con los cristianos mozárabes del Sur, que permitió el encantador estilo de las iglesillas llenas de arcos de herradura y, sobre todo las eléctricas y alucinadas miniaturas del "Comentario del Apocalipsis", que tan bien expresaban una espiritualidad medio judía, mesiánica, la de los seguidores de Santiago el Menor, el nuestro, el hermano del Señor, que aborrecía del Anticristo que habían dejado en Córdoba.
Fueron decenas de miles, si no alguna centena de mil, esos mozárabes que se refugiaron en el Norte, o que fueron liberados en el Reino de Toledo, con la lengua árabe como materna; creo además que debieron de ser los mejores, los que no sólo rehusaron el recurso de convertirse al Islam para eludir el impuesto de capitación, sino que aceptaron dejar sus casas y sus bienes con el fin de vivir entre otros cristianos; pero, aunque fueron muchos, casi nadie sabe que descienda de ellos, aunque hay la excepción: los cristianos mozárabes toledanos de condición noble, gracias a que conservaron seis parroquias suyas y luego una capilla en la Catedral; todavía existe una Hermandad mozárabe que reúne a los descendientes de ocho linajes de caballeros (había más); algunos de sus nombres, los Portocarreros, los Gudieles, los Quirinos (como el que dispuso el censo de Judea, que hizo que Jesús naciera en Belén), los Ficulnos, los Armildos, entroncan con los ancestros visigodos y aun con los romanos.
Hacia 1150, la población mozárabe del Centro de la Península se acrecentó cuando llegó una nueva oleada, en un impresionante vaivén: muchos descendientes de los que habían sido deportados por los almohades a Marruecos, un siglo antes (la Primera Expulsión de la historia de la Península, esta vez contra cristianos y hebreos) retornaron a la tierra de sus padres y se establecieron en el Reino de Toledo: "muchos miles de guerreros y peones cristianos atravesaron el mar y vinieron a Toledo".
Además de los mozárabes nativos, quizás el doble, el Reino de Toledo, los llanos deslumbrantes de rastrojos amarillos en verano, se convirtió en el gran refugio de las poblaciones meridionales y de los cristianos desterrados, en general: gente de Sevilla, de Carmona, de Marchena, de Niebla y de Arcos, descendientes lejanísimos de los tartesios; de Córdoba, de Andújar y Baeza; de Granada, Guadix, Loja, Baza, Almería y Málaga (de aquí, muchos), de Murcia, de Valencia, Denia, Orihuela, Villena y Tortosa, e incluso de Balaguer, y de la más cercana Cuenca. Pueblos como Sevilla la Nueva, Sevilleja de la Jara, Malaguita o Málaga del Fresno, nos han dejado su recuerdo en sus mismos nombres, y por lo que a los malaguíes se refiere, también sabemos que fueron a la Huerta de Valdecarábanos (José Cepeda Adán)
El Reino de Toledo funcionó como las plataformas giratorias que existen en las estaciones de ferrocarril. Muchos de los descendientes de los mozárabes que habitaban en él o que se habían refugiado en él, mezclados con francos, castellanos y leoneses (éstos también muy mezclados de mozárabes, un siglo antes) salieron al cabo de casi doscientos años a repoblar la Andalucía del Guadalquivir, Murcia y, por fin, el Reino de Granada. Para aquel entonces, los judíos conversos (un tercio del Pueblo de Israel, según la tradición hebrea) se habían mezclado ya con aquella corriente humana, de manera que se puede decir que Andalucía fue repoblada por descendientes de andalusíes, mezclados con descendientes de norteños.
En el Reino de Toledo, el castellano se transformó profundamente. Adquirió numerosos mozarabismos, fue el habla toledana frente a la burgalesa antigua. Seguramente en él empezaron a tomar forma las tendencias fonéticas que luego explosionarían gloriosamente en la pronunciación extremeña, andaluza, murciana y canaria, musical y abierta, frente a la ruda, trompeteante, de los castellanos viejos (basta oír a los navarros para reconstruirla)
También Aragón fue tierra de refugio, para los miles de garnatíes y guadixíes que huyeron con Alfonso I el Batallador, en 1126, y también para otros mozárabes, en general del Este de la Península e incluso de Mallorca: gente de Córdoba, de Málaga, de Almería, de Murcia, de Valencia, de Denia, de Albarracín y de aquéllos llegados de Marruecos.

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