martes, 3 de agosto de 2010

LA PRIMERA CRUZADA (IV)


Autor: Desconocido

Un ejército turco partió de Mosul, en Mesopotamia, con la misión de liberar Antioquía del asedio. Esta noticia alarmó al príncipe Thoros de Metilene, un estado armenio sometido a los turcos con capital en Edesa. Metilene estaba en la ruta que tenía que seguir el ejército turco, y era probable que aprovecharan el paso para ajustar ciertas cuentas pendientes. Por ello Thoros pidió la protección de Balduino. Éste llegó a Edesa en febrero y Thoros lo adoptó como hijo. Sucedía que la población de Edesa era armenia, pero Thoros no lo era, y sus súbditos lo consideraban un tirano. Cuando Balduino se hizo cargo de la situación se presentó por segunda vez como libertador de los armenios y promovió una revuelta popular. Cuando Thoros solicitó la protección pactada Balduino se la negó y dejó que la multitud lo apresara y lo descuartizara. Puesto que Balduino era su hijo adoptivo, se convirtió "legítimamente" en el conde Balduino I de Edesa.

La situación en Antioquía no mejoraba, hasta que Bohemundo logró negociar en secreto con un vigía turco llamado Firuz. A cambio de un soborno, éste se ofreció a dejar entrar al normando en la ciudad en el momento oportuno. El momento llegó el 2 de junio. Bohemundo hizo que una parte del ejército, capitaneado por el conde Esteban de Blois distrajera a los musulmanes y durante la noche entró en la ciudad junto con sesenta hombres, con los cuales se las arregló para abrir una de las puertas. Los cruzados entraron y mataron a todos los musulmanes y a algunos cristianos armenios.

Pero apenas se habían apoderado de la ciudad cuando se presentó el ejército turco de Mosul y los sitiadores pronto se convirtieron en sitiados. La moral de los cruzados estaba por los suelos. El Emperador Bizantino, que se disponía a hacerse cargo de la ciudad de acuerdo con lo pactado, se alejó en cuanto tuvo noticia de la llegada de los turcos.

Durante el asedio murió el obispo Adhemar de la Puy. Pero cuando todo parecía perdido, un hombre llamado Pedro Bartolomé dijo que había sido visitado en sueños por el apóstol san Andrés, quien le había revelado que bajo la Iglesia Patriarcal de Antioquía se encontraba la lanza de san Longinos, el soldado que la clavó en el costado de Jesucristo en la cruz (y que luego, arrepentido, se hizo cristiano). Efectivamente, allí se encontró una lanza vieja, una reliquia que había tocado al mismísmo Jesucristo, con cuya protección, sin duda, los cruzados no tenían nada que temer. Salieron a enfrentarse a los sorprendidos turcos impulsados por tal fanatismo que los sitiadores fueron completamente derrotados. Los más fervorosos vieron incluso a un ejército de ángeles y santos luchando junto a ellos.

Como Antioquía había sido tomada sin ninguna ayuda bizantina, los cruzados consideraron que no tenían por qué entregarla. Entonces se pelearon entre ellos para determinar quién se la quedaba. Esencialmente hubo dos candidatos: Bohemundo y Raimundo IV de Tolosa. Se impuso el primero, que se convirtió en Bohemundo I, príncipe de Antioquía. Raimundo IV dirigió varias expediciones contra la ciudad de Trípoli, en el Líbano.

Mientras tanto Guillermo II de Inglaterra se volcó en los asuntos del ducado de Normandía, que había quedado a su cargo. Se dedicó a reconquistar el condado de Maine y un territorio que el ducado se había disputado los últimos años con el rey de Francia: el Vexin. El arzobispo Anselmo de Canterbury aprovechó para escapar de Inglaterra y viajar a Roma para ser finalmente investido por el Papa Urbano II. Luego consideró más prudente no volver a Inglaterra.

Pese a la resistencia de Guillermo II, lo cierto era que el papado había acobardado a Felipe II de Francia y tenía en jaque constante al Emperador Enrique IV de Alemania. En vista de ello, eran muchos los nobles que no querían tener problemas con el Papa y la mejor forma de mostrar su piedad era mediante generosos donativos a la Iglesia. La representación más poderosa del Papa en el territorio europeo estaba en las abadías cluniacenses, por lo que la orden de Cluny había ido enriqueciéndose al mismo ritmo que progresaba la reforma. Además, Cluny había logrado mantener una postura neutral en el enfrentamiento entre el Papa y el Emperador, pues el abad Huges defendía una Europa bicéfala, dirigida por el Papa y el Emperador. Esto hizo que ambas partes se esmeraran en mantener buenas relaciones con la orden.

Cluny no sólo había aumentado el número de monasterios de la orden, sino que éstos habían ido enriqueciéndose y mejorándose. La modesta capilla original de Cluny (Cluny I) fue reconstruida para convertirse en una importante iglesia (Cluny II), y desde hacía diez años Hugues había iniciado la construcción un poco más al norte de una imponente Cluny III sobre un plano magnífico que la convertiría en la iglesia más grandiosa de la época.

Estos lujos fueron denunciados por Roberto, que había sido prior de varios monasterios benedictinos hasta que fundó la abadía de Molesmes, hacía ahora veintitrés años. Su abadía fue una de las muchas absorbidas nolens uolens por Cluny, pero Roberto nunca vio con buenos ojos la nueva situación y decidió retirarse para fundar una nueva abadía en la que se restableciera la austeridad de la regla de san Benito. Así lo hizo, y emplazó su abadía en la ciudad francesa de Citeaux. Por ello la nueva orden es conocida como la orden del Císter. Urbano II receló del carácter crítico de Roberto y le pidió que volviera a Molesmes. Roberto acató la orden papal y dejó como abad del Císter a Alberico.

El duque de Apulia y Calabra, Roger I Borsa, se apropió de los territorios italianos de su hermanastro Bohemundo I, aunque tuvo que ceder algunos a su tío, el conde Roger I de Sicilia.

El rey Magnus III de Noruega reforzó el dominio marítimo de su país conquistando las islas Hébridas, Orcadas y de Man, situadas al norte y al oeste de la costa escocesa.

También murió el rey tolteca Tlicohuatzin, que fue sucedido por Huémac.

En Barcelona se celebró la boda entre el conde Ramón Berenguer III y María, la hija del Cid. Naturalmente, el Campeador fue invitado y, durante su visita a la ciudad, un monje de nombre desconocido le regaló un poema titulado Carmen Campidoctoris (Cantar del Campeador), en el que relata algunas aventuras del caballero castellano en un latín muy culto y erudito, más bien pedante. Fue el primero de los numerosos poemas que iban a escribirse sobre el Cid en los siglos siguientes y que lo convirtieron en el personaje más famoso y admirado de la época. Su espada se llamaba Tizona, y tizona es hasta hoy, por antonomasia, sinónimo de espada. (En la actualidad se conservan varias docenas de auténticas y únicas Tizona y Colada, que así se llamaba su segunda espada.) En los relatos se combinaron elementos reales y legendarios. Se le atribuye incluso una hazaña póstuma, pues cuentan que, al llegarles la noticia de su muerte, que tuvo lugar el 10 de julio de 1099, los almorávides atacaron Valencia, pero huyeron despavoridos cuando los valencianos ataron el cadáver del Campeador a su caballo, Babieca, y lo sacaron al frente de su ejército.

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