viernes, 2 de julio de 2010

LA PRIMERA CRUZADA (II)


Autor: Desconocido

Eran como una plaga de langostas, saqueaban las tierras por donde pasaban y, como entrenamiento, mataban a los judíos que encontraban por el camino, pues eran tan herejes como los musulmanes. Al pasar por Hungría murieron a millares.

A unos meses de distancia, ya en 1096, les siguió los pasos un ejército regular, encabezado por el duque Godofredo V de la Baja Lorena, al que siguió el de Roberto II Courteheuse, el duque de Normandía.

Finalmente, Pedro el Ermitaño y Gualterio sin Haber llegaron a Constantinopla con unos 12.000 hombres. El Emperador Alejo I estaba horrorizado. Había pedido un ejército y, de momento, le llegaba una chusma inútil e inmanejable. Hizo cuanto pudo para que cruzaran el Imperio lo menos traumáticamente posible y se apresuró a embarcarlos para dejarlos en Asia Menor. Les indicó el camino de Jerusalén y los dejó a su suerte. Allí se las vieron con el sultán Kiliç Arslán I, que mató a la mayoría y esclavizó al resto. Sólo unos pocos pudieron escapar, entre ellos Pedro.

Por el mes de julio empezaron a llegar a Constantinopla los ejércitos de verdad. El emperador los alojó mientras esperaban a los que estaban por llegar. No debió de tardar en maldecir el día en que se le ocurrió la idea de pedir ayuda a occidente: los altivos caballeros occidentales generaban continuamente altercados, se apropiaban de cualquier cosa que les llamara la atención, eran irreverentes, miraban con desprecio a los bizantinos (que para ellos eran tan herejes como los musulmanes) y carecían de la más elemental educación. Trataban a Alejo I como "Rey de los Griegos" en vez de "Emperador de los Romanos", lo que para los bizantinos, muy conscientes de su historia, era un insulto insufrible. Para colmo, entre ellos estaba Bohemundo, el mismoue unos años antes casi derrota a Alejo I.

A pesar de la aprensión que debían de causarle, el Emperador logró manejarlos con cierta destreza. Aprovechó que la magnificencia de la ciudad impresionaba e intimidaba a los extranjeros, que veían a Alejo I como increíblemente poderoso. Era una mera apariencia, pues los cruzados, una vez dentro, podían haber tomado Constantinopla fácilmente, pero la idea no se les pasó por la cabeza. Por otra parte, Alejo I también tenía a su favor las rivalidades que existían entre los distintos nobles, que se odiaban y despreciaban entre sí tanto o más de lo que podían odiar o despreciar a los herejes bizantinos.

Mientras tanto apareció un nuevo personaje en la guerra civil de los selyúcidas: Sanyar, otro hermano de Barkyaruq y Muhammad, se hizo con el Jurasán y apoyó a Muhammad, obligando a huir a Barkyaruq.

Finalmente, Mahalda, la viuda del conde Ramón Berenguer II de Barcelona, logró que Berenguer Ramón II el Fratricida fuera juzgado por el asesinato de su hermano. En el tribunal estaba el rey Alfonso VI de León y Castilla. El conde fue declarado culpable y se le permitió abandonar Barcelona y unirse a la Primera Cruzada. Precisamente en octubre partió hacia Constantinopla Raimundo IV de Tolosa, que dejó su condado a cargo de su hijo bastardo Bertrán. Le acompañaban, entre otros, su primo, el conde de Cerdaña Guillermo Jordán I y el legado pontificio Adhémar de la Puy. Así, el hijo de Ramón Berenguer II se convirtió en el nuevo conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, a sus catorce años de edad.

Desde que los musulmanes conquistaron la España visigoda, era evidente que los castellanoleoneses habían hecho muchos más progresos ganando terreno a los moros que los estados cristianos del este de la península. La causa no podía estar más clara: los castellanoleoneses contaban con el apoyo del apóstol Santiago Matamoros, mientras que los demás tenían que valerse únicamente de sus propios medios. Dado que los castellanos se enfrentaban con frecuencia a sus correligionarios del este, el apóstol se veía obligado a tomar partido y no podía apoyarlos a todos. Esta injusticia estaba a punto de verse compensada: el rey Pedro I de Navarra y Aragón retomó el asedio de Huesca que se había visto interrumpido con la muerte de su padre. En defensa de la ciudad acudieron el rey al-Mustain de Zaragoza y el conde de Nájera García Ordóñez, pero en noviembre Pedro I los derrotó en la batalla de Alcoraz, tras la cual ocupó Huesca.

En esta batalla, el rey navarro-aragonés contó con el apoyo decisivo de san Jorge. San Jorge había sido un soldado del Emperador Diocleciano, que se negó a acatar las órdenes de persecución dictadas contra los cristianos y a consecuencia de ello sufrió el martirio. Se hizo muy popular en la edad media, especialmente entre los cruzados. De hecho, se le representaba vestido y equipado como un cruzado, con su armadura y su lanza. Su hazaña más famosa fue matar un dragón en defensa de una doncella, tópico que se repetiría una y mil veces en las historias medievales sobre caballeros. Todos los documentos que lo mencionan son apócrifos, así que probablemente nunca existió, pero a partir de este momento se convirtió en el protector de los aragoneses. (En realidad, la historia de que san Jorge intervino en la batalla de Alcoraz no surgió en el momento de la batalla, claro, sino un tiempo después.)

El año anterior había muerto Leopoldo II el Hermoso, el margrave de Austria, y ahora le sucedía su hijo Leopoldo III.

También murió el conde Wermer I de Habsburgo y fue sucedido por su hijo Otón II, y el conde Enrique III de Luxemburgo fue sucedido por su hijo Guillermo.

Güelfo I pudo recuperar el ducado de Baviera.