martes, 25 de mayo de 2010

EL “TRIBUNAL DE LAS AGUAS” DE VALENCIA (I)


Autor: Desconocido


Cuando la gente sabe que en la ciudad de Valencia se conserva una institución nacida durante la Edad Media, mas no precisamente como un recuerdo celosamente defendido o una reminiscencia folklórica, sino con plena vigencia y eficacia, la curiosidad suele ir dejando paso a la admiración, primero, y al respeto, seguidamente.
Se trata, en verdad, de un caso excepcional, en la más pura acepción del término : es decir, único en Europa.
El “Tribunal de las Aguas” no sólo continúa entendiendo en las cuestiones que le dieron origen y nombre : sino que lo hace con un acierto del que puede afirmarse que no ha tenido bache alguno a lo largo de aproximadamente mil años.
Dato asombroso, casi increíble. Pero es preciso creerlo : existe una ley de la historia según la cual las instituciones sólo en parte deben su existencia a decisiones emanadas del poder (el rey, el gobierno, el dictador, etc. : en suma, “los que mandan” en cada época). Semejante voluntad puede determinar su origen, incluso alguna duración (mientras aquel poder o sus consecuencias se mantienen). Pero inexorablemente la institución languidece, se difumina y al cabo se pierde si no es útil, ésto es, si no cumple su función o la cumple mal, si la función no era necesaria o deja de serlo debido al paso del tiempo ; en suma, si la sociedad real pierde el interés para que perdure.
Así pues, la mera conservación de las instituciones no fosilizadas es la prueba palpable de que cumplen un objetivo y lo hacen bien. Un consenso de la sociedad mantenido a través de la historia es el único modo posible para que aquéllas no se pierdan.
Si se consideran los cambios, numerosos, profundos y de toda índole, que separan nuestra sociedad de la sociedad medieval, hay que rendirse más todavía a la evidencia de que el “Tribunal de las Aguas” es un ejemplo interesantísimo de aquella que nos atrevemos a denominar “pervivencia por la eficacia”.
Todos los jueves del año, a las doce en punto, hora del mediodía, el “Tribunal de las Aguas” inicia sus sesiones ante la Puerta de los Apóstoles de la catedral de Valencia. Nada ni nadie han podido perturbar la solidez de la institución. Sus fallos son acatados, sin que existan una cárcel ni un cuerpo armado para obligar a respetarlos, a lo largo de todos los siglos de su existencia. Si en algún momento de la historia hubieran sido desobedecidos, si hubiera corrido de la especie de que no siempre fuesen justos, si alguna - cualquiera - de las partes implicadas en sus asuntos se hubiera considerado, ya que no lesionada, por lo menos insuficientemente atendida en sus necesidades... el tribunal hubiera perdido la confianza que todavía le respalda : comienzo de su ocaso.
Pero no ha sido así. Tampoco ha necesitado alardes ni ceremonial llamativo para simbolizar su cometido : la mayor sobriedad rodea tanto las sesiones como las decisiones del tribunal. Todo es llano, cotidiano, “fácil” : en ello reside otra de las causas de su eficacia
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