miércoles, 21 de abril de 2010

LA NACIÓN CATALANA NUNCA HA EXISTIDO (I)

José Osés Lurumbre, Maestro Nacional y Juan Osés Hidalgo, Publicista - Zaragoza 1932.
El separatismo catalanista, para justificar sus injustificables propósitos, los hace derivar única y exclusivamente del sobado hecho diferencial. Maestros los catalanistas de todos los matices y de todas las confesiones en el falseamiento de la Historia, continuadores de 1a fe púnica, como muy acertadamente dice Ricardo Baroja, todas sus argumentaciones de carácter científico se derrumban estrepitosamente por la base para caer en el mayor de los ridículos, con sólo consultar las más conocidas y autorizadas crónicas de los tiempos pasados y las obras de los historiadores solventes.

Es innegable que en un principio fue España un país poblado por razas homogéneas y afines y que las sucesivas dominaciones de griegos, fenicios, cartagineses y romanos formaron un pueblo que, aunque vario en las moda­lidades locales de las comarcas naturales, merced al predominio en cada una de ellas de algunos caracteres adquiridos de los invasores, llegó a ver formada su población por la raza godo-romana que, en toda la Península se extendió, conservando la uniformidad de igual moda que una familia en la que la común disciplina y el afecto común no anulan la personalidad de cada uno de sus componentes, o sea, conservando sus características locales sus comarcas y realizando la variedad dentro de la unidad.

Minado por diversas y graves causas internas el reino del último rey godo español, Rodrigo, sobrevino la invasión árabe a principios del siglo VIII. La profunda diferencia racial de invasores e invadidos fue desde e1 primer momento un obstáculo insuperable para la fusión, al contrario de lo que anteriormente sucediera con los demás invasores y civilizadores. Los espa­ñoles, reacios a la convivencia con los musulmanes, principalmente a causa de su fanatismo religioso cristiano, se retiraron a las montañas de los Pirineos y a la cordillera cantábrica para organizar allí la reconquista de la nación.

El éxodo en busca de refugio, no obstante, no pudo ser general, y grandes contingentes de españoles tuvieron que acomodarse al contacto de los musulmanes, aunque siempre resistiéndose a fundirse con ellos.

Las características locales de que se hace mención habían de influir notablemente en la marcha de los acontecimientos. La parte oriental de España, mejor dicho, la parte nordeste, o sea la actual Cataluña, conservaba mejor que ninguna otra comarca española un sedimento de los antiguos invasores griegos, fenicios y cartagineses, pueblos altamente utilitarios, mucho más avezados a las transacciones comerciales que a la lucha guerrera. En cambio, con más vestigios de la indómita y valerosa raza indígena los pobladores del centro y del norte, no les fue a estos últimos fácil avenirse a la convivencia con los árabes y sobrevino la guerra de liberación que había de culminar con la rendición de Granada, último baluarte, de los árabes, en el año 1492. En cuanto a los habitantes del sur, precisados a tolerar la presencia de los musulmanes invasores, porque la rapidez de la invasión les impidió huir hacia el norte o aprestarse para rechazarla, sin perder su amor a la patria, hubieron de reconocer que las huestes árabes tenían una civilización y conocimientos artísticos y científicos de los que supieron aprovecharse los españoles de aquella región para aportarlos a la España que comenzaba a renacer en el momento mismo en que parecía haber perecido arrollada por los ejércitos de Tarik y Muza.

Mientras en Asturias se organizaban los bravos españoles para la recu­peración de la Patria, amparándose en los riscos de los montes cántabros, en el este -hoy Cataluña-, los naturales, que como sabemos tenían dema­siadas reminiscencias de fenicios y cartagineses, pusilánimes de condición, optaron por no resistir, exponiendo sus vidas y sus haciendas, a diferencia de la heroica actitud adoptada por los demás españoles, a pesar de que pudieron hacerlo en mucho mejores condiciones que los refugiados en Asturias. Y renunciando a la lucha prefirieron someterse unos y huir los que más dignidad patriótica y religiosa supieron demostrar. Los que huyeron se adentraron, trasponiendo los Pirineos, en la Septimania, estado franco -francés-dependiente del reino, también franco o francés, de Aquitania, que a su vez dependió algo más adelante del Imperio de Occidente que, destruido por los bárbaros, fue restaurada por Carlomagno en el comienzo del siglo IX (año 800).

Los españoles de Asturias iniciaron valerosamente la lucha. Los espa­ñoles del Nordeste -hoy Cataluña - dejaron, con su pasividad y con su temor a la guerra en defensa de su dignidad y de sus intereses, que los ejércitos árabes salvaran la formidable cordillera pirenaica, que jamás éstos hubieran logrado atravesar si los naturales del país les hubiesen opuesto una resistencia con las armas en la mano. En Asturias, en Cantabria, los árabes tropezaron con una barrera infranqueable formada por los pechos de los españoles decididos a reconquistar el país perdido. En el nordeste, persiguiendo a los despavoridos pobladores, penetraron en las tierras que hoy son Francia, en Septimania y Aquitania, desde donde hubieran proseguido la invasión, para conquistar toda Europa, si no hubiesen hallado en su marcha victoriosa otros valerosos godos, los francos, que hicieron lo que los godos de la actual Cataluña no supieron hacer. En el nordeste, la pasividad y el temor habían dado a los invasores un baluarte firmísimo del que podrían arrojarlos los naturales de 1a comarca sin el auxilio ajeno, como veremos después.

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